Jack O'Lantern

A mediados del siglo XVIII, los emigrantes irlandeses empiezan a llegar a América del Norte. Con ellos llegan su cultura, su folclore, sus tradiciones, su noche de Samhain. Siguiendo los orígenes celtas de esta fiesta los europeos comenzaron a sustituir el nabo por las calabazas, de origen mesoamericano, mucho más grandes y fáciles de ahuecar.

En un primer momento la fiesta sufre una fuerte represión por parte de las autoridades de Nueva Inglaterra, de arraigada tradición luterana, pero a finales del siglo XIX, los Estados Unidos reciben una nueva oleada de inmigrantes de origen céltico. La fiesta irlandesa entonces, se mezcla con otras creencias indias. En esta secuela colonial, nace Halloween que incluye entre sus tradiciones, la conocida leyenda de Jack el irlandés. Sólo quedaba bautizar a la calabaza como "El candil de Jack", es decir, "Jack el que vive en la lámpara" o, como se conoce actualmente, "Jack O’Lantern".

Esta leyenda tiene su origen en un irlandés taciturno y pendenciero llamado Jack, quien una noche de 31 de Octubre se tropezó con el mismísimo Diablo. Desde entonces comenzó a extenderse la leyenda negra de Jack-o-lantern y a emplearse las calabazas convertidas en el tenebroso candil de este siniestro personaje.

En una lejana noche de Brujas, un pendenciero irlandés con fama de borracho, llamado Jack,  tuvo la mala fortuna de encontrarse con el diablo en una taberna. A pesar del alcohol ingerido, Jack pudo engañar al Diablo ofreciéndole su alma a cambio de un último trago.

El Diablo se transformó en una moneda para pagarle al camarero, pero Jack, harto tacaño, rápidamente lo cogió y lo metió en su monedero, que tenía grabada una cruz, así que el Diablo no podía volver a su forma original y Jack no lo dejaría escapar hasta que le prometiera no pedirle su alma en diez años. El Diablo no tuvo más remedio que concederle su reclamación.

Pasado el plazo de los diez años, Jack se reunió con el Diablo en el campo. El Diablo iba preparado para llevarse su alma pero Jack pensó muy rápido y dijo: «Iré de buena gana, pero antes de hacerlo, ¿me traerías la manzana que está en ese árbol por favor?».

El diablo pensó que no tenía nada que perder, y de un salto llegó a la copa del árbol, pero antes que se diese cuenta, Jack rápidamente había tallado una cruz en el tronco. Entonces el diablo no pudo bajar y él le obligó a prometer que jamás le pediría su alma nuevamente. Al Diablo no le quedó más remedio que aceptar.

Jack murió unos años más tarde, pero no pudo entrar al cielo, pues durante su vida había sido golfo, borracho y estafador. Pero cuando intentó entrar en el infierno, el Diablo tuvo que enviarlo de vuelta, ya que había prometido que no tomaría su alma. «¿A dónde iré ahora?» -Preguntó Jack, y el Diablo le contestó: «Vuelve por donde viniste».

El camino de regreso era oscuro y el terrible viento no le dejaba ver nada. El Diablo le lanzó a Jack un carbón encendido directamente del infierno, para que se guiara en la oscuridad, y Jack lo puso en una calabaza que llevaba con él, para que no se apagara con el viento. En otras versiones en vez de calabaza es un nabo el que sirve de tenebroso candil a Jack.

Yurei

Los yūrei (幽霊) son fantasmas japoneses. Como sus similares occidentales, se piensa que son espíritus apartados de una pacífica vida tras la muerte debido a algo que les ocurrió en vida, como la falta de una ceremonia funeraria adecuada, cometer suicidio o haber sufrido una muerte violenta. Usualmente aparecen entre las dos de la madrugada y el amanecer, para asustar y atormentar a aquellos que les ofendieron en vida, pero sin causar daño físico.

Tradicionalmente, son femeninos, y están vestidos con una mortaja, un kimono funerario, blanco y abrochado al revés. Normalmente carecen de piernas y pies (en el teatro tradicional se simula esto con un kimono más largo de lo normal), y frecuentemente están acompañados por dos fuegos fatuos (hi-to-dama en japonés), de colores azul, verde o púrpura. Estas llamas fantasmales son partes separadas del fantasma más que espíritus independientes. Los yūrei también suelen tener un trozo triangular de papel o tela (llamados en japonés hitaikakushi (額隠?)), en su frente. Varios son representados con cabello largo y negro. Como muchos monstruos del folklore japonés, los yūrei pueden ser repelidos con ofuda (御札?), escrituras shintoístas santificadas.


Por otro lado, los fantasmas vengativos, llamados goryō (御霊?), tradicionalmente maldicen a una persona o un lugar como un acto de venganza por algo que se les hizo en vida. De ese modo, decir "te maldigo" es una amenazante frase dicha en un momento de ira. Un yūrei también puede aparecer para castigar a los descendientes o parientes del finado cuando no se han llevado a cabo los correspondientes ritos funerarios, tatari o tataru.

Monjes budistas y ascetas son en ocasiones contratados para llevar a cabo rituales en aquellas muertes inusuales o desgraciadas que pueden llevar a la aparición de un fantasma vengativo, de un modo similar a un exorcismo. En ocasiones estos fantasmas son deificados para aplacar sus espíritus.

Mientras que todos los fantasmas japoneses se llaman yūrei, dentro de esa categoría hay varios tipos específicos de fantasmas, clasificados principalmente por la manera que murieron o su razón de volver a la tierra.
  • Onryō: Son fantasmas vengativos que vuelven del purgatorio por un mal hecho a ellos durante su vida.
  • Ubume: Es el fantasma de una madre que murió durante el parto, o murió dejando niños pequeños. Estos yūrei suelen regresar para cuidar de sus hijos y a menudo les traen dulces.
  • Goryō: Son fantasmas vengativos de la clase aristocrática, en especial aquellos que fueron martirizados.
  • Funayūrei: Son los fantasmas de los que fallecieron en el mar.
  • Zashiki-warashi: Son fantasmas de niños, más traviesos que peligrosos.
  • Fantasmas guerreros: Veteranos de las guerras Genpei que cayeron en batalla. Aparecen casi exclusivamente en el teatro Nō.
  • Fantasmas seductores: Es el fantasma de un hombre o una mujer quienes después de muertos inician un romance con un humano vivo.

Teke teke

Entre los japoneses circula una escalofriante leyenda que habla de un espíritu femenino al que le falta la mitad inferior del cuerpo. Dicen que se arrastra con las manos, terminadas en largos dedos largos con garras que pueden cortar la carne como mantequilla, y que al desplazarse hace un ruido que suena como «teke Teke», del cual recibe el nombre.

La versión más difundida cuenta que, en vida, aquel espectro era una joven mujer que esperando un tren cayó a las vías, sin tiempo de escapar de una muerte horrenda en la que su cuerpo fue partido en dos. Ninguno de los testigos se digno a ayudarla, por eso el espíritu de la mujer volvió como un fantasma vengativo y lleno de ira, buscando afanosamente compartir con cuantos pueda su amargo destino. Cuentan que ha empujado a varias personas que esperaban el tren, que ha atacado con sus garras dejando caras y espaldas ensangrentadas, o incluso, según los más extremistas, que es capaz de arrastrarte y lanzarte a las vías del tren. Algunas versiones cuentan que, si te la encuentras en alguna oscura y solitaria noche, puede destrozarte usando sus garras o una guadaña para dividir tu cuerpo en dos, convirtiendo a la víctima en otro “teke teke”.

Una teoría dice que el Teke Teke es el fantasma de una colegiala japonesa que vaga por las estaciones de tren en Japón. En vida era una chica asustadiza e impresionable, y eso la convertía en el blanco principal de bromas pesadas. Un día de verano esas bromas fueron demasiado lejos, y sus compañeros, viéndo que esperaba el tren con la mirada perdida, se acercaron sigilosamente por detrás y le lanzaron una cigarra al hombro, haciéndole caer del susto a las vías, donde un veloz Shinkansen (tren de alta velocidad) la partió en dos. Desde ese día se aparece cerca de las estaciones, buscando acabar con bromistas como los que la precipitaron a su muerte, aunque no duda en acabar con inocentes también.


Una historia narra cómo un estudiante de una escuela masculina salió  más tarde de lo debido, cuando de pronto, antes de que abandonara el colegio, escuchó un extraño ruido detrás de él. Inquietado, el muchacho se giró y vio que había una hermosa chica de misterioso aspecto observándolo desde una de las ventanas del segundo piso de un edificio lleno de aulas. Ella lo veía con los brazos apoyados en el alféizar y la cara entre las manos, él no podía ocultar el asombro que le producían aquellas dulces facciones y aquellos ojos negros, profundos y templados. ¿Qué hacía una chica así en un colegio de hombres? Él no lo sabía, y dejó de importarle cuando ella sonrió coqueta y maliciosamente, pero este no fue más que el principio del fin, porque tras un par de segundos saltó por la ventana y cayó al pavimento, sin destrozarse, y revelando que su cuerpo carecía de mitad inferior.

Congelado por el terror, el muchacho la vio arrastrarse con los brazos, haciendo un ruido que era como “tek, tek, tek, tek, tek”. Trató de gritar pero la voz no le salía, trató de salir corriendo pero sus piernas solo podían temblar y temblar. Ahora sabía que se trataba del Teke Teke, pero era demasiado tarde; y ella, que iba dejando una estela de sangre nacida de sus órganos expuestos, saltó violentamente sobre él, sacó una guadaña y lo cortó en dos, condenándolo con ello a ser otro “teke teke” más.

Brujas

Un brujo o una bruja es una persona que practica la brujería. Si bien la imagen típica de un brujo o de una bruja es muy variable según la cultura, en el mundo occidental se asocia particularmente a una bruja con una mujer con capacidad de volar montada en una escoba, así como con el Aquelarre (reunión de brujas) y con la caza de brujas por parte de la Iglesia.

En otras culturas al brujo se le asocia con un vidente o clarividente, un chamán (quien es un especialista de la comunicación con las potencias de la naturaleza y con los difuntos), o con un brujo de tribu más orientado a la curación de enfermos del cuerpo y del alma, etc.

Según Carmelo Lisón Tolosana la diferencia entre una hechicera y una bruja reside en la relación que mantienen una y otra con el poder oculto y maligno, con el poder demoníaco. La hechicera invoca y se sirve del poder demoníaco para realizar sus conjuros, mientras que la bruja hace un pacto con Satán, renuncia a su fe y rinde culto al diablo. «La fuente del poder oculto no es ahora la fuerza de la palabra ni la invocación al diablo ni la ceremonia mágica, sino que aquélla proviene de la adoración personal y voluntaria al demonio por parte de la bruja hereje y apóstata; su poder es vicario pero diabólico, adquirido a través de pacto explícito, personal y directo con el mismísimo Satán en conciliábulo nocturno y destructor que anuncia el aquelarre». El paso de la hechicera a esta "bruja satánica", "bruja aquelárrica", como la llama también Carmelo Lisón, se produjo en Europa a lo largo de los dos siglos finales de la Edad Media.


Carmelo Lisón Tolosana escoge el caso de las Brujas de Zugarramurdi como ejemplo para explicar la iniciación a la brujería siguiendo la relación del proceso inquisitorial publicada en Logroño a principios de 1611, pocos meses después de realizarse el auto de fe en el que seis brujas y brujos fueron quemados vivos.

Según dicha relación, la iniciación a la brujería comienza desde muy temprano. Las brujas "maestras" sacan de sus camas por las noches a niños y niñas menores de cinco años, mientras sus padres duermen y los llevan volando al aquelarre. Si contaban lo que veían cada noche eran azotados por sus "maestras". Una de sus ocupaciones era guardar los sapos de los que las brujas obtenían los ungüentos que, entre otras cosas, les hacían volar. En principio no se les obliga a que abjuren de su fe porque son demasiado pequeños, por lo que son simplemente presentados al demonio, pero cuando cumplen los seis años las brujas "maestras" los convencen para que renuncien a Cristo mediante golosinas y promesas de cosas fantásticas.

La ceremonia de la apostasía comienza un par de horas antes del aquelarre cuando la bruja "maestra" despierta al "novicio", le unta con agua hedionda y verdinegra —obtenida de los sapos— manos, plantas de los pies, sienes, pechos y partes pudendas y lo transporta por el aire. Cuando llegan los espera el demonio sentado en su trono con figura entre hombre y macho cabrío —ojos grandes y espantosos; barba de cabra; manos corvas como las garras de las aves de rapiña; corona con cuernos pequeños y un cuerno muy grande saliéndole de la frente que ilumina la reunión de brujos y brujas— a quien la bruja "maestra" presenta a su discípulo con la frase: «Señor, éste os traigo y presento».

A continuación el niño o la niña de rodillas repite la abjuración que va pronunciando el demonio. «Reniega de Dios, de la Virgen, de todos los santos, del bautismo y confirmación, de ambas crismas, de sus padrinos y padres, de la fe y de todos los cristianos», fórmula teológica que reproduce en inversión el rito que parodia. Tras aceptar como su nuevo dios y señor a Satán que le conducirá al paraíso, el nuevo brujo o bruja realiza su primer acto de adoración ritual: «Besándole la mano izquierda, después en la boca y en los pechos, encima del corazón y en las partes vergonzosas; luego se vuelve el demonio sobre su lado izquierdo, levanta la cola que es como la de los asnos y descubriendo esa parte fea, sucia y hedionda la da a besar al neófito, quien lo hace puntualmente». Satisfecho el nuevo señor por el osculo infame le hace una marca con una uña de su mano izquierda en alguna parte del cuerpo, señal que le durará siempre y que al menos durante un mes le producirá dolor; también lo marca en la pupila, dejándole impresa la figura de un sapo, signo que le servirá para conocer a otros miembros de la secta». Después lo envían a holgar y bailar con los demás brujos jóvenes al son de tamborino y flauta.


Pero todavía no son plenamente brujos o brujas. Con los nuevos poderes que han obtenido están obligados a realizar maldades, dirigidos por su bruja maestra. Sólo con el paso del tiempo estos brujos y brujas menores reciben la "dignidad" de poder hacer ponzoñas por ellos mismos mediante la bendición con la mano izquierda que les hace el demonio en el aquelarre. Después le entrega los sapos vestidos que dio a su maestra cuando abjuraron de Cristo, y a partir de entonces ya podrán obtener de ellos el agua hedionda con la que se han de untar para volar al aquelarre y los polvos y ponzoñas para matar personas y ganado y para destruir frutos y cosechas. «En adelante no tendrán necesidad de padrinos ni maestras, irán solos a las juntas nocturnas y serán admitidos a mayores secretos y maldades. Son ya brujos y miembros con pleno derecho de la secta; gozarán de interacción directa, personal y mutua con su dios y señor». Cuando se untan para volar recitan una frase que expresa la fusión con el demonio (lo que entre otras cosas les impide ver el Sacramento en el altar): 
Señor, en tu nombre me unto; de aquí en adelante yo he de ser una misma cosa contigo, yo he de ser demonio.
A través de ese pacto o iniciación, ambas partes se comprometían a respetar una especie de contrato jurídico, que obligaba al diablo a abastecer de riquezas y de poderes a la bruja, quien a cambio prometía sumisión, y se comprometía a entregar su alma después de su muerte.


Las brujas vivían rodeadas de sus animales favoritos, los que las servían aportando ciertas y determinadas ayudas mágicas. Esos animales (el gato negro, el cuervo, el sapo, la araña, la rata, la liebre) tenían en común con su dueña, de ser temidos y mal queridos, ya que en muchos aspectos eran fiel reflejo de la bruja misma. Paul Sébillot señalaba que se podía reconocer a una bruja que iba al sabbat, porque siempre tenía «un pequeño sapo sobre la parte blanca del ojo o sobre la pupila, o en un pliegue de la oreja».

También, estos seres tenían el poder de metamorfosearse, lo que en muchos casos les permitía cometer más fácilmente sus fechorías sin ser reconocidas. La superstición de que cruzarse con un gato negro da mala suerte viene de la creencia de que muchas brujas adoptaban esa forma. 

Con forma de liebre, las brujas tenían costumbre de reunirse en congreso. Y la rapidez que esa forma les ofrecía, les permitía escapar con más facilidad de posibles perseguidores. Las orejas grandes de esos animales también eran una ayuda preciosa para espiar de lejos sin ser percibidas. Y una pata de liebre era considerada como una especie de amuleto, y prueba de que una bruja había quedado manca, y por tanto privada de sus poderes.

El búho con frecuencia también ha sido asociado con las brujas, porque es un animal nocturno, con grandes ojos para espiar, y con capacidad de emitir gritos escalofriantes, presagio de acontecimientos funestos. Los citados animales servían de compañía a las brujas, que generalmente vivían solas y sin familia conocida.

Las brujas solían reunirse en los llamados aquelarres (o sabbat). Esta reunión nocturna de brujas y brujos era presidida por Satanás que generalmente se presenta en forma de macho cabrío. Los aquelarres más famosos conocidos eran los dados en Zugarramurdi, en el prado berroscoberro que estaba a poca distancia de la aldea.

Para llegar a estos puntos de reunión se decía que las brujas utilizaban el poder del diablo para desplazarse rápidamente. En resumidas cuentas, las brujas se desplazaban volando, o bien se dejaban transportar por una ráfaga de viento, o bien viajaban en el espacio y el tiempo por el solo efecto de sus poderes mágicos. En ciertos casos especiales, las brujas se servían de un ungüento mágico para poder volar. Pero la creencia más extendida, era que las brujas utilizaban una escoba para ir volando de un lado a otro. También se admitía que se apoyaban en animales mágicos para desplazarse con ellos o sobre ellos, o bien que el propio diablo directamente las transportaba.


Según la relación inquisitorial, la asistencia al aquelarre era obligatoria para todos los brujos y brujas. Según se cuenta en ella, una bruja fue azotada y maltratada por no haber acudido a uno de ellos. En Zugarramurdi se celebraba tres veces por semana, los lunes, miércoles y viernes después de las nueve de la noche. El sapo que tenía y cuidaba cada brujo y bruja, incluso alimentándolo con su propio pecho, era el que les avisaba y a continuación se untaban con un agua verdinegra y repugnante obtenida del sapo. Para conseguirla azotaban al sapo con una varilla y una vez que estaba bien hinchado lo apretaban con el pie contra el suelo hasta que vomitaba el agua hedionda que cuidadosamente recogían y guardaban. Gracias al ungüento podían salir volando por ventanas, agujeros o grietas que abre el demonio. En el viaje por el aire la bruja normalmente lleva el sapo en el lado izquierdo, aunque a veces van andando siguiendo al sapo.

En otras zonas los mecanismos más usuales para convocar el aquelarre eran una campana que sólo oían los adeptos y un escozor en la llamada marca del Diablo, que el brujo ocultaba y que los inquisidores utilizaban como prueba en los juicios por brujería.

En cuanto llegaban los brujos y brujas al lugar del aquelarre adoraban al diablo postrándose de rodillas ante él y besándole en sus partes pudendas. Después se mezclaban entre ellos y comenzaban a danzar y a bailar. «Pero pronto comienzan sus escapadas para asustar a pasajeros nocturnos, a pastores, marineros, molineros, amigos y enemigos, para romper platos en las cocinas y tejas en las casas, destruir granos, frutos y ganado, y también para causar muertes especialmente de niños». Por otro lado, si a algún brujo o bruja se le escapaba el nombre de Jesús el aquelarre se desvanecía, por lo que en la próxima reunión era severamente castigado. En otras zonas el homenaje al demonio va acompañado de ofrendas, aunque éstas no siempre tienen un carácter siniestro, sino que pueden ser simplemente objetos producto de un robo o la prueba de que se ha cometido un acto ilícito a ojos de la ley divina. Los primeros en ofrecer estos votos son los brujos de mayor jerarquía, los últimos los brujos novicios o recién iniciados. 

En cuanto al baile, en otras zonas los asistentes se abandonan a una danza que comienza con movimientos organizados; pueden danzar en círculo, unidos por los hombros, o formando el ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. De a poco la danza pierde unidad y se va transformando en una sucesión frenética de sacudidas.


En algunas noches señaladas como la víspera de Reyes, de la Ascensión, del Corpus Christi, de Todos los Santos, de la Asunción de la Virgen o de San Juan se celebraba un ritual especial, que constaba de dos partes. En la primera los brujos y brujas se confesaban ante el demonio y se acusaban de haber entrado en una iglesia, de haber oído misa... y de los males que habían podido hacer y no habían causado. La segunda era la misa sacrílega celebrada por el demonio revestido con ornamentos negros, feos y sucios. Durante la misma se seguían los mismos pasos que en la misa cristiana. Tras el sermón en el que el demonio exhortaba a los brujos y brujas a hacer el mal, prometiéndoles a cambio el paraíso, los "feligreses" uno por uno se acercaban al demonio y se arrodillaban ante él besándole la mano izquierda, los pechos, los genitales y el llamado osculum infame.

Cuando llegaba el momento de la consagración el demonio alzaba algo parecido a una suela de zapato donde estaba su figura y decía Esto es mi cuerpo y a continuación un cáliz de madera, negro y feo, mientras los brujos lo adoraban arrodillados. Después los brujos y brujas se acercaban al "altar", que estaba cubierto con un viejo paño negro, feo y deslucido y comían y bebían lo que el oficiante había "consagrado". Hasta aquí la misa negra había sido una réplica exacta de la misa cristiana, pero el final era completamente diferente. El demonio copulaba con las brujas y sodomizaba a los brujos y después comenzaba la orgía, en la que volvía a participar el diablo. «Brujos y brujas se mezclan sexualmente y aparean unos con otros en total promiscuidad, sin consideraciones de sexo ni grados de parentesco».

Para algunos inquisidores, la razón última del sabbat era precisamente el emparejamiento sexual con el Diablo y el de los brujos entre sí. Cuanto más repugnante y ofensivo fuera el acto sexual, más favorable era a los ojos de Satanás, concluían.

Durante el aquelarre los brujos y brujas celebraban un "banquete" en el que comían cadáveres de brujos fallecidos recientemente o de víctimas de sus actos maléficos, especialmente niños, que desenterraban de las sepulturas acompañados del demonio y de sus criados. «Allí mismo y sobre la sepultura les sacan las tripas y los descuartizan; cubren la sepultura para que no se advierta la profanación y se ponen en camino de vuelta al aquelarre con gran regocijo y contento, llevando los padres los cadáveres de los hijos o los hijos a los de sus padres y hermanos y las mujeres a sus maridos. Allí los despedazan y los dividen en tres partes: una la asan, otra la cuecen y la tercera la dejan cruda; puesto todo sobre una mesa de manteles sucios y negros, reparten las viandas los parientes más cercanos, reservando el corazón para el demonio». Algunos de los interrogados por los inquisidores confesaron también que raptaban niños y les chupaban la sangre, mientras el demonio les decía: «Chupa y traga eso, que es bueno para vosotras». El aquelarre acaba al amanecer cuando suenan las primeras campanadas de la iglesia o con el canto del gallo.

Hombres lobo

Un hombre lobo, también conocido como licántropo (griego: λυκάνθρωπος) es un ser humano con la habilidad sobrenatural de convertirse en lobo, ya sea por voluntad propia o como resultado de una maldición u otro agente externo. Desde un punto de vista médico, algunos casos de licantropía podrían haberse basado en gente que padeciera de hipertricosis, estuviera bajo efectos alucinógenos por haber consumido alimentos de centeno infectados con cornezuelo o que directamente sufrieran de licantropía clínica.

Los mitos europeos registrados más antiguos sobre estas criaturas los podemos encontrar en el mundo clásico, tanto en Grecia como en Roma, y más tarde por todo el folklore del continente con ciertas variaciones según la cultura y a la interpretación que hizo el cristianismo de este mito desde la Edad Media. Desde la época Moderna, las leyendas sobre hombres lobo también se propagaron por el Nuevo Mundo debido a la colonización española y portuguesa.

Según diferentes creencias, los licántropos no sólo podían transformarse en lobo, sino en toda clase de animales, ya fuera voluntariamente, como los brujos o aquellos que podían proyectarse astralmente; o fruto del azar debido a una maldición, tal y como les ocurre a los corredores gallegos, a los tardos portugueses y al lobisome de Sudamérica.

NOMBRES

Entre los muchos nombres que reciben estas criaturas a lo largo de Europa nos topamos con términos como loup-garou y louléerou en Francia; lupo mannaro o uomo lupo en Italia; werewolf (inglés), werwolf (alemán) y weerwolf (neerlandés) en las lenguas germánicas; volkodlak, entre muchas variaciones, en las lenguas eslavas; y finalmente, dentro de la península ibérica: lobisomem en Portugal, lobishome en Galicia y Castilla y León, gizotso en País Vasco, home llobu y llobu meigo en Asturias, lobushome en Extremadura, ome lupo en Aragón y lobo hechizado o hechaízo en Castilla la Mancha y Murcia.

Detalle de Dinner in the open air - Jakub Rozalski

ORIGEN DE LA MALDICIÓN Y MÉTODOS DE TRANSFORMACIÓN

Una persona podía tomar forma de lobo por diversas razones, pero las que se conocen principalmente citan estos motivos: por una maldición, ya fuera divina, por parte de los padres o enviada por un brujo; de nacimiento, si se ha sido el séptimo o noveno hijo varón consecutivo de una pareja, si era fruto del bestialismo o si se ha nacido en Nochebuena. Beber de donde hubiera bebido un lobo o del agua que quedase en la huella dejada por uno de estos animales también podía afectarte de licantropía. A la hora de transformarse, estos malditos sentían el impulso de revolcarse en el suelo donde lo hubiera hecho un lobo o de tirarse a un manantial, tras lo cual se levantaban a cuatro patas convertidos en lobo. En Sudamérica, el lobisome podía pasar su maldición a otra persona si lograba pasar por entre sus piernas. Por último estaban las brujas y brujos que podían adoptar aspecto animal gracias a los pactos que hacían con el Diablo; éste les entregaba un ungüento mágico y una piel o cinto que les permitía transmutarse al ponérselos por encima.

CÓMO MATARLOS O DESENCANTARLOS

En la cultura popular contemporánea se ha extendido la creencia de que los hombres lobo son débiles a la plata y que sólo los puede matar una bala hecha de este material, pero todo esto proviene de la leyenda de la bestia de Gévaudan, que fue abatida por Jean Chastel con unas balas de plata fabricadas a partir de una medalla que tenía grabada la imagen de la Virgen María. En lo que concierne al mito de los licántropos, cierto es que suelen ser inmunes a las balas, pero se les puede herir con armas punzantes como a cualquier otra bestia. Retoman su forma humana cuando se les hace sangrar por una pata o se les amputa por completo. Algunas leyendas especifican que para curarles de su maldición habría que herirles con un puñal tres veces en la frente o en el cuero cabelludo, aunque también bastaría con sacarles tres gotas de sangre pinchándoles con un alfiler. Si el hombre lobo en cuestión se transformaba empleanzo una piel de lobo, bastaba con arrebatársela y quemarla cuando se la quitara en un descuido. En otros mitos, si se descubría la identidad del licántropo y se le reprochaba, también se podía romper su maldición.

OTROS LICÁNTROPOS

Fuera de Europa, la teriantropía también es un mito común, aunque el animal en el que se transforma el humano en cuestión es uno de los principales depredadores de su cultura; así pues, en África tienen al bultungin y al bouda, brujos que se transforman en hiena; el nahual es un brujo o hechicero capaz de adoptar forma animal en la cultura mexicana, mientras que su contraparte norteamericana sería el yee naaldlooshii del pueblo navajo, conocido también como skinwalker o cambiapieles. Finalmente, en Asia, sobre todo en las regiones del noreste de la India, nos encontramos con hombres tigre como los keimi de los pueblos mizo, gangte y kuki o los matchadus del folklore garo.
Transfiguración - Sergey Petrovich Panasenko

Fantasmas

Los fantasmas (del griego φάντασμα, "aparición"), en el folclore de muchas culturas, son supuestos espíritus o almas desencarnadas de seres muertos (más raramente aún vivos) que se manifiestan entre los vivos de forma perceptible (por ejemplo, tomando una apariencia visible, produciendo sonidos o aromas o desplazando objetos —poltergeist—), principalmente en lugares que frecuentaban en vida, o en asociación con sus personas cercanas.

Quienes dicen haberlos visto los describen como siluetas o sombras monocromas, por lo general oscuras o blanquecinas, más bien difuminadas, nebulosas o antropomórficas, de carácter inmaterial y trasparentes, que flotan y pueden no estar completas o no tener rasgos definidos ni rostro; pero también y más raramente aparecen opacos, de cuerpo entero y con apariencia humana normal. Algunos estudiosos relacionan fantasmas y espectros con las esferas de luz u orbes, que han sido filmados saliendo o entrando a través de paredes; en realidad, podría tratarse de rods, artefactos, motas de polvo, insectos o ilusiones ópticas producidas por retrodispersión, pareidolia, apofenia o cualquier otro prejuicio cognitivo.

Algunos parapsicólogos han documentado que la aparición del fantasma no suele sobrepasar una fracción de segundo o a lo más dos o tres segundos, raramente más; en los momentos previos constatan que se produce alguna forma de intercambio de energía por la cual la temperatura baja sensiblemente antes de alguna manifestación sensible (desplazamiento de objetos, ruidos, fenómenos electrónicos de voz, visualizaciones); pueden acompañarlos aromas penetrantes, golpes, ruidos (generalmente pasos), música o voces que pueden grabarse magnetofónicamente (los llamados fenómenos electrónicos de voz, mal llamados psicofonías), aunque cada uno de estos fenómenos puede darse también separada y aisladamente.

Aparatos eléctricos encendiendose y apagándose solos junto a la aparición de extrañas esferas de luz.
Su aparición provoca a veces en los seres humanos decaimiento, opresión o cefalea y en el momento de su manifestación estos parapsicólogos documentan una carga electromagnética inusual. Se afirma también que en los lugares que frecuentan los fantasmas a menudo se descargan las baterías de los aparatos eléctricos destinados a captarlos o se apagan las luces, debido a que el fenómeno absorbe, y menos frecuentemente expulsa, una cierta energía cinética (en forma de frío o calor o movimiento de objetos) o electromagnética.

Según las leyendas, los fantasmas se creen ligados a un lugar, aunque en ocasiones se asocian a personas que "se los han llevado" consigo, frecuentemente contra su voluntad. Se afirma que algunas veces han sido vistos y grabados traspasando muros sólidos, y que algunos pueden mover o transportar objetos de leve peso, pero siempre por poco tiempo. Muchos parecen sólidos y opacos, por lo que pueden ser filmados, se reflejan en los espejos y producen ruidos sincronizados con sus movimientos (pasos, etc). Generalmente dan la impresión de ser tan reales como las personas vivas, aunque sólo durante un periodo de tiempo muy breve.

Ciertas personas, los llamados clarividentes, médiums, ashanes o chamanes, dicen observarlos con frecuencia o poder comunicarse con ellos; asimismo prácticas conocidas como la canalización mediúmnica y la necromancia o nigromancia aseguran poder hacer que los muertos se encarnen otra vez brevemente. Según qué tradición, los fantasmas aparecen con distinto atavío, más o menos relacionado con su muerte (el clásico de la literatura occidental es el sudario o sábana mortuoria); el momento difiere, aunque la tradición habla de la puesta de sol, de medianoche, de la luna llena, de una hora fija o de una fecha determinada, por lo general aniversario de su muerte, o de noche; sin embargo hay también apariciones poco puntuales que "se manifiestan" de forma imprevista e imprevisible en cualquier punto, incluso a mediodía.


Los parapsicólogos los clasifican en dos clases: residuales y conscientes. Los residuales son como ecos del pasado, visuales o sonoros, que repiten siempre lo mismo, se aparecen periódicamente y parecen ajenos a quienes los ven: su actitud no es comunicativa ni necesitan la presencia de seres humanos para manifestarse, por lo que a veces han sido grabados por cámaras de vigilancia sin presencia humana alguna.

Manifestación de una sombra humanoide durante segundos
Los conscientes poseen actitud comunicativa y pueden interactuar con los vivos, pero lo corriente es que terminen siendo esquivos y huidizos, ya que su manifestación visible es siempre discontinua y nunca se prolonga largo tiempo. Solo unos pocos pueden ser evaluados por sus testigos como abiertamente benéficos, malignos o suplicantes; la mayoría se muestra indiferente, o eso parece indicar su característico fragmentarismo.

Los estudiosos del fenómeno afirman que existen también fantasmas de personas vivas (bilocación, doppelganger, fetch...) y documentan también la aparición de barcos, trenes, aviones, casas y pueblos fantasmas e incluso objetos fantasmas, como los tsukumogami japoneses.

Para los espiritistas, un fantasma también podría ser un espíritu atrapado en nuestro mundo por medio de invocaciones, brujería o promesas (almas en pena).

G. N. M. Tyrrell, autor de un clásico libro sobre el tema, Apparitions (Apariciones), publicado en 1943, identificaba cuatro grupos principales en base a la conducta adoptada por los presuntos espíritus, más conocida que su propia naturaleza:
  • Apariciones que frecuentan habitualmente un lugar determinado. Generalmente no suscitan miedo, son inofensivos y a veces llegan a ser tratados como un miembro más de la familia.
  • Apariciones post-mortem. Suelen tener lugar muy poco tiempo después de la muerte de la persona reaparecida, y no acostumbran a estar relacionadas con un lugar o acontecimiento concreto; parecen ser como despedidas.
  • Apariciones en casos críticos: el aparecido es alguien que está viviendo una experiencia importante (a menudo desconocida por el testigo de la aparición), como un accidente, una enfermedad o, por supuesto, la muerte, y se muestra ante una persona o personas simultáneamente a esa experiencia, no después de la misma.
  • Aparición inducida. En estos casos, el fantasma es citado a aparecer o puede ser no el de una persona muerta o moribunda, sino el de alguien vivo que intenta con deliberación hacer que su imagen se haga visible a otra persona; se habla entonces de bilocación, si se trata de santos, o en el folclor alemán de doppelganger (en el irlandés, fetch).

En este tipo de apariciones parecen haberse excluido aquellas en las que la aparición adopta una actitud comunicativa e interactiva con aquel a quien se muestra, pudiendo hablar o comunicarse con él, mucho tiempo después de su fallecimiento.


Según el espiritismo o "doctrina espírita", fundado en el siglo XIX por Allan Kardec y la teósofa Helena Petrovna Blavatsky, el alma sobrevive a la muerte del cuerpo material y asciende a un nivel superior de existencia. Sin embargo algunas almas se desvían de ese camino; no parecen tener una autoconsciencia completa de su ser; la tienen, pero sólo hasta cierto punto, porque no han logrado todavía resolver sus dudas existenciales. Se trata de fantasmas: entidades desencarnadas que se torturan y fustigan cruelmente con asuntos no resueltos en su vida anterior. Puede, por ejemplo:
  • Que no acepten su propia muerte, que no quieran reconocer que han desencarnado.
  • Que se sientan culpables por no haber concluido correctamente algún asunto durante su vida humana.
  • Que se sientan atados o ligados afectivamente a alguna persona o lugar cuando estaban con vida.
  • Que sientan odio o rencor consigo mismos o con alguien de su entorno como humanos.
  • Que sientan que no merecen estar en ninguna parte y que ya no les queda esperanza.
Un fantasma se construye con algunas de las actitudes no resueltas de un humano mientras vivía encarnado en su cuerpo físico: padece carencias, obsesiones, sentimientos de culpabilidad, apegos, miedos o desesperanzas irresistibles. Por no cuidar esas actitudes, según el Espìritismo, uno se puede transformar en un posible candidato a fantasma el día de mañana. La labor del médium ha de consistir en orientar y aconsejar para poder cambiar esas actitudes. Debe ser capaz de sentir que está a tiempo de rectificar o de perdonar o ser perdonado, ser capaz de sentir que tiene una segunda oportunidad en la que podrá aprender de sus errores del pasado y convertirlos en un valioso conocimiento para el futuro. Este cambio de actitud para el fantasma, que no sería sino una entidad mendiga que pide afecto, comprensión, y oportunidad para un cambio, debe proporcionárselo el médium. Una vez el fantasma ha comprendido, espontáneamente sucede aquello largamente ignorado o no esperado por él, sabe que puede sentirse libre y continuar su camino de evolución en niveles superiores de conciencia y puede seguir su camino en paz creciendo existencialmente hacia otros planos, bien en una forma encarnada o bien en una forma espiritual. Ha comprendido que la capacidad de ordenar sus experiencias le permiten ser su mejor maestro y enseñar a otras entidades a no repetir su mismo error.

Según ciertas ramas del cristianismo hay almas perdidas, temerosas o ignorantes que desconocen cómo entrar o estar en el Purgatorio o fantasmas que se introducen en un cuerpo humano; estas almas se marchan con el simple poder de la oración y no necesitan exorcismos. Los demonios, espíritus no humanos, por el contrario, pueden poseer lugares (la llamada infestación) o personas (la posesión demoniaca) y, si están ocultos, se manifiestan al cabo de intensas, prolongadas y duraderas sesiones de oración. Los demonios sólo poseen el poder de tentar y atacan el lado más débil de la persona tras un paciente y profundo estudio de la misma. Una vez que uno distingue bien entre posesión e infestación, los fantasmas son un fenómeno distinto: son apariciones de personas que están en el Purgatorio, pero las características de estas apariciones son siempre las mismas y muy distintas de la infestación:
  • El alma se aparece con forma humana.
  • No dice nada.
  • Se aparece con carácter amenazante y terrorífico.
Nunca mueve objetos, ni produce ruidos. Cuando se aparece se queda mirando con cara de pocos amigos y después desaparece sin más. No es un demonio porque, fuera de que el fenómeno nunca va a más, desaparece si se dicen misas u oraciones por su alma. Esas apariciones son un modo de llamar la atención para que se rece por esa alma en concreto.

Así pues, un fantasma es para un católico algo distinto y diferenciado del demonio, un espíritu perdido ni bueno ni malo, sino que no ha manifestado contricción ni se ha dirigido a Dios o la luz. No suelen manifestar ni la agresividad ni la ira de estos, sino tristeza y melancolía. Si un espíritu perdido al principio muestra ira, es la de un ser humano que se sintió abandonado de Dios, pero conforme avanza la sesión de oración o de exorcismo va comprendiendo que quizá la culpa de todo la tuvo él y no Dios o las personas con las que convivió. Esto es lo característico y específico de los espíritus perdidos: pueden rezar. Quizá al principio no lo hagan, pero finalmente sí. Y cuando rezan lo hacen sin odio. Un demonio sólo repite una alabanza a Dios obligado tras muchísimas oraciones del sacerdote y por una orden de éste en el nombre de Cristo, y lo hacen con odio y sin contricción. El espíritu perdido puede pedir perdón del mal cometido. El demonio no lo hará, ni en broma. Un demonio puede hacerse pasar por cualquiera (ángel, difunto o santo), pero si el exorcista insiste, con su poder sacerdotal, en ordenarle que diga su nombre, al final lo dice, mientras que un espíritu perdido por más que se le insista seguirá manteniendo que fue un ser humano. No le producen aversión los objetos sagrados ni el agua bendita, y pueden abandonar un cuerpo sin ruido.

Agnus Dei

En el cristianismo, Agnus Dei (traducido del latín, Cordero de Dios) se refiere a Jesucristo como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, a semejanza del cordero que era sacrificado y consumido por los judíos durante la conmemoración anual de la Pascua. Este título le fue aplicado por el profeta san Juan Bautista, durante el episodio del bautismo de Jesús en el río Jordán, según se relata en los evangelios.

Esta imagen del Mesías como Cordero de Dios proviene de los textos proféticos, especialmente Isaías (Is 53, 7) y Ezequiel (Ez 46, 13-15), y es asumida en toda su plenitud primero por san Pablo en I Co 5, 7, y por san Juan en el Apocalipsis, libro en el que el Cordero de Dios aparece como representación directa de Jesucristo como Salvador y Juez:
Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra.» Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Y los cuatro Vivientes decían: «Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar.
Apocalipsis 5:7-14

La representación del Agnus Dei en el arte cristiano ha seguido, desde los primeros tiempos, unas características fijas. Se trata de la imagen de un cordero con la cabeza aureada, y muchas veces herido por una lanza en el pecho o degollado, que agarra con su pata delantera derecha un estandarte coronado por una cruz. De este cuelga un pendón, bien con el Crismón, bien con la imagen de una hostia, bien con una cruz latina. Originalmente siempre es representado de pie, apoyado sobre tres patas y agarrando el estandarte con otra, pero aparece otra forma del cordero tumbado (en este caso, herido o ya degollado).

Helhest

Un Helhest o Helhesten («caballo de los infiernos» o «caballo de la diosa del inframundo») es, en el folklore de Dinamarca y de Schleswig, un caballo de tres patas asociado con el reino de los muertos, Hel, así como a la diosa escandinava de este reino que lleva igualmente el nombre de Hela.

Este caballo es mencionado por Jakob Grimm en su estudio de la mitología nórdica y durante todo el siglo XIX, cuando, según la creencia popular, el Helhest, un caballo fantasma montado por Hela, anunciaba enfermedad, accidentes y sobre todo muerte. Podía también tratarse del fantasma de un caballo enterrado vivo bajo los cementerios siguiendo una antigua tradición, con el propósito de que regrese a guiar a los muertos como psicopompo. La leyenda sostiene que toda persona que vea al Helhest está a punto de «cerrar los ojos e irse», es decir, de morir. La visión del caballo o el simple hecho de escuchar sus pasos serían mortales, siendo claramente identificable el sonido de los pasos del Helhest sobre sus tres patas.

Existe un dicho que dice "le dio avena a la Muerte", como referencia a que alguien que ha estado a punto de morir por enfermedad sobornó al helhest con comida.