Djinn

Un genio, del árabe جن yinn, es un ser fantástico de la mitología semítica e islámica. No debe confundirse esta palabra con otra idéntica que procede del latín genius. En ocasiones en vez de genio se usa el término árabe, usualmente transcrito jinn o djinn, de acuerdo con la transcripción francesa o inglesa.

Son nombrados varias veces en el Corán, donde se dice que están hechos de un "fuego abrasador" que no desprende humo, pero también son físicos y tangibles, capaces de interactuar de varias maneras con humanos y objetos. Los genios, los humanos y los ángeles son las tres creaciones de Dios con capacidad de conocimiento y raciocinio. Al igual que los humanos podían ser buenos, malos o neutrales, dotados del libre albedrío del que carecen los ángeles. Los shaitán djinn son los análogos de los demonios cristianos, pero a diferencia de éstos, no son ángeles caídos y el Corán establece una clara distinción entre estas dos creaciones. En el sura Al-Kahf (La cueva), aleya 50, se establece que Iblís (análogo de Satanás) es uno de genios.

En la mitología mesopotámica, están asociados al ámbito divino, aunque no pueden considerarse dioses, sino principalmente, guardianes o seres tutelares de lugares donde los hombres no debían tener acceso. Se piensa que su representación tendría un valor apotropaico.

En la teología islámica los genios fueron creados por Alá a partir de un fuego sin humo, al igual que los seres humanos fueron hechos de arcilla. Tenían libre albedrío, pero Iblis abusó de esta libertad al no someterse ante Adán cuando Alá lo ordenó. Por su desobediencia fue expulsado del paraíso y pasó a llamarse "Shaytan" (Satanás).
Hemos creado al hombre de barro, de arcilla moldeable
Antes, del fuego ardiente habíamos creado a los genios.
(Corán, 15, 26-27)
Suelen ser invisibles para los humanos y tienen la capacidad de poseerlos, además, pueden recorrer largas distancias a extrema velocidad y se dice que viven en lugares remotos, como mares, montañas, el aire o en sus propias comunidades. Como los humanos, los genios serán juzgados en el Día del Juicio y serán enviados al Paraíso o al Infierno según haya sido sus actos.


Los genios se organizan socialmente de manera semejante a los hombres, tienen reyes, tribunales, rituales de duelo, bodas. Una creencia común en la tradición musulmana enumera cinco clases distintas de genios: los Marid (los más fuertes), los Ifrit, los shaitán, los djinn y los Jann (los más débiles). Otras tradiciones (hadith), los dividen en tres clases: los que tienen alas y vuelan por los aires, los que aparecen como serpientes y perros, y los que viajan sin cesar.

Abd ibn Masud acompañaba a Mahoma cuando los genios acudieron a su recitación del Corán. Éste los describió como criaturas de diferentes formas; algunos se asemejaban a buitres y serpientes, otros eran hombres altos vestidos con atuendos blancos. Incluso pueden aparecer como dragones, asnos, y todo tipo de animales. También pueden asumir forma humana para engañar a los hombres. Algunos hadices afirman que los genios pueden subsistir de huesos, a los cuales les volvería a crecer de nuevo la carne en cuanto los tocan, y que sus animales pueden vivir de estiércol, que se convertiría en grano o hierba para ser el alimento de los rebaños de los djinn.

Ibn Taymiyyah creía que los djinn eran generalmente "ignorantes, mentiroso, opresores y traicioneros" y que cooperaban con los magos en sus trucos haciendo levitar objetos, ya que eran invisibles, o imitando las voces de los muertos durante sesiones de espiritismo.

Según una creencia popular, cada persona tiene asignada un djinn, también conocido como qarīn, y si el qarín es malvado susurraría a las almas de los humanos para que se dejen llevar por malos deseos. Mahoma afirmó que él también está acompañado por un qarín, pero gracias a la voluntad de Alá, éste siempre le ayuda a hacer el bien.

El rey Salomón esclavizó a los genios y los puso bajo sus órdenes. El Corán relata que Salomón murió mientras estaba apoyado en su bastón. Mientras permanecía de pie, apoyado en su bastón, los genios pensaban que aún estaba vivo y supervisándolos, por lo que continuaron con las tareas encomendadas por el rey difunto. Sólo se dieron cuenta de la verdad cuando Alá ordenó a un animal que se arrastrase desde su madriguera y royese bastón de Salomón hasta que su cuerpo se derrumbó. El Corán luego comenta que si hubieran conocido esto no habrían seguido con sus humillantes tareas de esclavos.

Hipogrifo

Un hipogrifo es una criatura imaginaria híbrida, de apariencia mitad caballo y mitad águila, que se asemeja a un caballo alado con la cabeza y los miembros anteriores de un águila. Su figura quizás provenga del bestiario fabuloso de los persas y de su simurgh, a través del grifo.

Su origen es evocado por el poeta latino Virgilio en sus Eglogas. Si alguna vez fue representado en la Edad Antigua y bajo los merovingios, es claramente nombrado y definido por primera vez en la obra de Ludovico Ariosto, el Orlando furioso, a inicios del siglo XVI. En este poema épico de caballería, inscrito en la continuidad del ciclo carolingio, el hipogrifo es una montura nacida naturalmente del apareamiento de una yegua y de un grifo, extremadamente rápido y capaz de volar alrededor del mundo, montado por magos y por nobles héroes, como el paladín Ruggiero que liberó a la bella Angélica sobre su lomo. Símbolo de impulsos incontrolados, el hipogrifo llevó a Alstofo hasta la luna. El éxito de este poema permite que la figura y el nombre del hipogrifo sean retomados en otras historias del mismo tipo.

Algunas veces representados en blasones en heráldica, el hipogrifo se convirtió en un tema artístico, ampliamente ilustrado por Gustave Doré en el siglo XIX. 

En la literatura latina se encuentra una evocación del origen del hipogrifo, más tarde reutilizado por Ariosto, bajo la pluma de Virgilio en sus Eglogas:
Los grifos se aparearon con yeguas, los ciervos tímidos y los perros vendrán a beber juntos...
Virgilio. Eglogas.
Virgilio considera que la unión de los grifos con los jumentos era un mal presagio y, según Jorge Luis Borges, significa «la imposibilidad o la incongruencia».

Mario Servio Honorato, gramático del siglo IV, añade que los grifos son mitad águila y mitad león, habitan en los Montes hiperbóreos y son enemigos formidables de los caballos (hoc genus ferarum in hyperboreis nascitur montibus [...] equis vehementer infesti), sin duda para dar más fuerza a su relato. Jorge Luis Borges agrega que la locución Jungentur jam grypes equis, es decir, «cruzar grifos con yeguas», se volvió proverbial con el tiempo gracias a este comentario.

Entre los temas de combates entre animales figuran en adornos de oro de los escitas, se encuentran grifos atacando a caballos, lo que permite suponer que el apetito del grifo por el caballo ya era conocido. El propio hipogrifo es descrito (pero no nombrado) por Plinio el Viejo en su Historia natural.

Grifo

El grifo (griego: Γρυψ, grips; latín: gryps) era una bestia con cabeza, patas delanteras y alas de águila y el cuerpo de un león. Estos animales guardaban yacimientos de oro en ciertas montañas del norte de Europa o al este de ésta, y sus vecinos, la tribu de los arimaspos, luchaban con ellos por estas riquezas. También eran uno de los animales relacionados con el dios Apolo, y en antiguas pinturas aparecen tirando de su carro o sirviéndole como montura. En el Libro de Alexandre vuelven a servir de montura, esta vez de Alejandro Magno, que enganchó ocho de estos animales a una cesta para explorar lo desconocido, guiándolos con trozos de carne para dirigir su vuelo.

Alejandro Magno siendo elevado por grifos - Libro de Alexandre

Heródoto habló de ellos en el libro III de sus Historias, donde menciona sus luchas con los arimaspos por el oro, para luego, en el libro IV, especificar un poco más su localización en el norte de Europa, entre varias tribus y pueblos ficticios:
«Asimismo, es indudable que en el norte de Europa es donde hay una mayor abundancia de oro. Ahora bien, tampoco puedo precisar a ciencia cierta cómo se consigue, únicamente que, según cuentan, los arimaspos, unos individuos que sólo tienen un ojo, se apoderan de él, robándoselo a los grifos [...] Por su parte, Aristeas de Proconeso, hijo de Caistrobio, cuenta en un poema épico que, víctima de la posesión de Febo, llegó hasta los isedones; que más allá de los isedones habitan los arimaspos, unos individuos que sólo tienen un ojo; que más allá de estos últimos se encuentran los grifos, los guardianes del oro; y al norte de ellos los hiperbóreos que se extienden hasta un mar. Pues bien, a excepción de los hiperbóreos, todos estos pueblos, empezando por los arimaspos, atacan constantemente a sus vecinos».
Heródoto parece que omitió la descripción de los grifos en sus textos, pero Pausanias, en el libro I de su Descripción de Grecia especificó el aspecto de estos seres, añadiendo en el libro VIII que hasta poseían manchas como las panteras: 
«Estos grifos dice Aristeas de Proconeso en sus versos que lucharon por el oro con los arimaspos de más allá de los isedones; y que el oro que guardan los grifos nace de la tierra. Los arimaspos son todos hombres de un solo ojo desde su nacimiento, y los grifos unos animales parecidos a leones con alas y pico de águila [...] He oído también otras cosas: que los grifos tienen manchas como las de las panteras».
Plinio el Viejo mantiene lo dicho por los anteriores autores en el libro VII de su Historia Natural, pero en el libro X, cuando habla de aves fabulosas, los menciona con orejas:
«Y a continuación de aquellos que están situados al norte, no lejos del sitio mismo donde se levanta el aquilón, y de la cueva que toma nombre de éste, en el lugar que llaman Ges Clitron, se cuenta que están los arimaspos, de los que ya he hablado, caracterizados por tener un solo ojo en medio de la frente, y que están continuamente en guerra por las minas con los grifos, una especie de fieras con alas, según la tradición general, que extrae oro de galerías subterráneas, siendo admirable la avidez que ponen las fieras en custodiarlo y los arimaspos en arrebatárselo [...] los grifos, con la encorvadura del pico dotada de orejas, son seres fabulosos».
Grifo luchando contra un arimaspo a caballo

Claudio Eliano discrepaba de los autores anteriormente citados, y cambió las tierras de los grifos de entre los arimaspos y los hiperbóreos por la India en su Historias de los animales:
«Tengo entendido que el grifo es un animal de la India, cuadrúpedo como el león y con poderosísimas garras parecidas a las de éste. Dicen que es alado, que las plumas del dorso son negras y las de delante rojas, mientras que las alas verdaderas no son así, sino blancas. Ctesias refiere que el pescuezo está adornado con plumas de un azul oscuro, que su boca es parecida a la del águila y su cabeza como la que los artistas pintan o esculpen. Dicen que los ojos del grifo son como el fuego. Construye su guarida en los montes y, aunque es imposible capturarlo cuando es adulto, se les puede coger de jóvenes. Los bactrios, que son fronterizos de los indios, dicen que son guardianes del oro del país; dicen, además, que lo desentierran y construyen con él sus nidos y que los indios recogen todo el que cae de ellos. Pero los indios dicen que los grifos no guardan dicho oro, porque estos animales no tienen necesidad de él (y, si es esto lo que dicen, creo que dicen verdad), sino que son ellos, los indios, quienes van a atesorar oro, mientras que los grifos luchan contra los invasores por el temor que sienten por sus propios hijos. Luchan contra los demás animales y fácilmente los vencen, pero no se enfrentan al león ni al elefante. Temiendo los naturales del país la impetuosidad de estas fieras, no se acercan al oro durante el día, sino que van de noche, pues creen que en la oscuridad pasan más fácilmente inadvertidos. Esta región, en la que viven los grifos y en donde están las minas de oro, es terriblemente desierta. Y llegan los buscadores del dicho metal en número de mil o dos mil, armados y provistos de palas y sacos; y, vigilando en una noche sin luna, extraen el oro si pasan inadvertidos a los grifos, obteniendo un doble provecho, pues logran conservar la vida y, además, llevan a casa su cargamento; y, cuando los que han aprendido, gracias a su destreza, a fundir el oro, lo han purificado, poseen grandísimo poder para recompensar a la gente por los peligros susodichos. Mas si son cogidos in fraganti, están perdidos. Y regresan a sus hogares, según tengo entendido, al tercer o cuarto año».
Con el paso del tiempo, los grifos pasaron al imaginario popular y a los bestiarios medieval. Dicha información fue recogida en el De propietatibus rerum de Bartholomeus Anglicus, donde aparece tanto en la sección de aves como en la de bestias:
«En el capítulo XIV del libro de Levítico, el grifo (en realidad se refiere al quebrantahuesos) es contado entre las aves volantes, y se dice que el grifo tiene cuatro patas y la cabeza y las alas semejantes a las del águila, y el resto de su cuerpo se parece al león. Mora en las montañas de Hiperbórea y hace muchos males a hombres y caballos. Pone en su nido esmeraldas contra las bestias que viven donde mora [...] El grifo es una bestia de cuatro pies y que tiene plumas y alas y mora en las montañas de Hiperbórea. En la parte trasera es como un león y las alas, como la cabeza, son semejantes a las del águila. El grifo aborrece mucho al caballo y le hace mucho mal, como dice Isidoro en el libro XII, y despedaza a los hombres. Y tanto se desea vengar de los caballos que levanta al caballo y al caballero en el aire cuando los puede hallar, como dice la glosa sobre capítulo XIV del libro Deuteronomio. Los grifos guardan las montañas donde hay piedras preciosas, como las esmeraldas y los jaspes y otras tales, y no permiten a ninguno acercarse, como dice Isidoro en el libro XIV. En Siria no menos hay algunas montañas llenas de oro y de piedras preciosas, mas no pueden subir los hombres sobre ellas para tenerlas por causa de los grifos. Y por esto hay muy buenas esmeraldas y cristal en gran abundancia. Los grifos tienen grandes uñas y tan largas que de ellas se hacen los vasos que después por su curiosidad son puestos sobre las mesas de los reyes».
En la obra ficticia Los viajes de Juan de Mandeville también aparecen los grifos, donde se dan algunos detalle sobre su fuerza y tamaño, mencionando de nuevo su enemistad con los caballos y la increíble capacidad de cargar con dos bueyes para llevarlos a su nido: 
«Hay en aquella tierra (Baquera) grifos más que en otra parte ninguna; algunos dicen que los grifos tienen el cuerpo como águila, y delante y detrás como león; y así es la verdad, mas su cuerpo es más grande y fuerte que el de ocho leones y es más fuerte que cien águilas. Pues un grifo, volando hacia su nido, puede soportar el peso de un gran caballo, si lo encuentra, o el de dos bueyes uncidos que despistados aran el campo. Tiene las uñas tan grandes como un cuerno de buey, y de sus uñas hacen vasos para beber, y de con sus costillas y plumas hacen arcos muy fuertes para tirar saetas».
Woari

Yuki-onna

Yuki-onna (japonés: 雪女; mujer de la nieve), también llamada yuki-jorō (japonés: 雪女郎; dama de la nieve), es uno de los yokai más famosos del folklore japonés. Este espíritu aparece como una hermosa mujer de piel y vestimentas blancas en las noches de ventisca. Pese a su bello rostro, tiene una mirada terrible y se dedica a congelar o a devorar a aquellos que encuentra a su paso.

Una de las leyendas más famosas de la yuki-onna fue recogida en Kwaidan, cuentos fantásticos de Japón, obra de Patrick Lafcadio Hearn. En este cuento, dos leñadores de la provincia de Musashi, Mosaku, un anciano, y Minokichi, su joven aprendiz, fueron sorprendidos al anochecer por una nevada cuando regresaban a su aldea tras un día de trabajo en los bosques. Incapaces de sortear un río, pues el barquero ya se había retirado, decidieron refugiarse en la pequeña y vacía choza de éste para pasar la noche.

Ambos se durmieron sin muchas dificultades, pero Minokichi se despertó en mitad de la noche cuando una ráfaga de nieve le golpeó. La puerta de la choza se había abierto con brusquedad y el resplandor de la nieve iluminó a una mujer totalmente vestida de blanco. Estaba inclinada sobre el viejo Mosaku y exhalaba su aliento, semejante a un humo blanco y brillante, sobre él. Cuando se acercó a Minokichi, le sonrió y le dijo que, si no hubiera sido tan joven y apuesto, habría corrido la misma suerte que su maestro, pero si alguna vez le contaba a alguien lo sucedido, volvería a por él para matarle.

Escena de la película Kwaidan, dirigida por Masaki Kobayashi
Al día siguiente, el barquero encontró a Mosaku muerto, totalmente congelado, y Minokichi había enfermado gravemente por el frío. Cuando se recuperó, dudaba de si lo vivido aquella noche fue real o un sueño, pero no le contó nada sobre la misteriosa mujer a nadie. Al poco tiempo retomó en solitario su trabajo como leñador y, durante un atardecer del invierno siguiente, se topó con una hermosa muchacha a la que acompañó hasta su aldea. Ésta se llamaba O-Yuki, y durante el camino se enamoraron y se quedó en casa de Minokichi a vivir como su esposa. Con el tiempo, O-Yuki, que a pesar del tiempo conservaba su juventud, le dio a Minokichi diez hermosos hijos.

Una noche, mientras O-Yuki cosía a la luz de un farolillo, Minokichi se fijó en ella y le recordó a la hermosa mujer que vio durante la tormenta de nieve que mató a Mosaku. Cuando se lo comentó a su mujer, O-Yuki se levantó furiosa, le dijo que esa mujer era ella y que había roto su promesa de no contárselo a nadie. Por suerte, la yuki-onna se apiadó de nuevo de él por los hijos que tenían en común, pero si sufrían algún daño o tenían alguna queja de su padre, volvería para cumplir su amenaza. Entonces se convirtió en una niebla blanca y se esfumó con el viento para no volver nunca más.

Shigeru Mizuki recogió otra historia sobre la yuki-onna en su Enciclopedia Yokai. En ella, un cazador de Tohoku se llevó a su hijo al monte para cazar, pero no consiguieron ninguna pieza en todo el día. Al regresar a casa cuando atardecía, les cayó encima una nevada salida de la nada. En el camino vieron en la lejanía a una mujer que se les acercaba, pero el padre le advirtió a su hijo que no le mirara ni le hablara, pues se trataba de la yuki-onna y si le dirigían la palabra les devoraría.

Shigeru Mizuki

Bennu

Bennu es un ave mitológica del Antiguo Egipto, el Fénix griego. Fue asociada a las crecidas del Nilo, a la muerte, y al Sol. Como el Bennu representaba la creación y la renovación, está relacionada con el calendario egipcio. De hecho, el templo de Bennu era célebre por las clepsidras y otros dispositivos para medir el tiempo que en él se custodiaban.

Representada como una garza real cenicienta o aguzanieves amarillo, tocada con la corona Atef, del Alto Egipto, flanqueada por dos plumas (a modo de cresta); también a veces como un águila con plumaje rojo y oro. En ocasiones se mostraba como hombre, con cabeza de garza, junto a una persea, el árbol sagrado de Heliópolis, usando ropaje blanco o azul de momia debajo de una larga capa transparente. Y también como un sauce, en el que se habría posado en el inicio de los tiempos.

Bennu era considerado el ba de Atón, Ra, u Osiris. En el Libro de los Muertos se lee:
“Yo soy el pájaro Bennu, el ba de Ra, guía de los dioses en la Duat.”
Según el antiguo mito egipcio, el Bennu se habría creado a sí mismo a partir del fuego con que ardía un árbol sagrado en uno de los recintos del templo de Ra. Otras versiones dicen que el pájaro Bennu surgió del estallido del corazón de Osiris. Según la tradición, Bennu se posaba sobre un pilar sagrado que era conocido como Benben. Los sacerdotes egipcios, considerando este sitio el más sagrado del planeta, se lo enseñaban a menudo a los visitantes.

Fénix

El fénix (Griego: φοῖνιξ , phoînix; latín: phoenix, fenix) es un ave mitológica de gran longevidad que al morir incinerada daba una nueva vida de sus cenizas. La historia del fénix fue tomada como una alegoría de la muerte y resurrección de Cristo. El Bestiario de Aberdeen añade que «el fénix puede representar también la resurrección de los justos que, al recolectar las plantar aromáticas de la virtud, se preparan para el renacimiento de su ser tras la muerte». A lo largo de la historia muchos historiadores han hablado sobre el mito de esta ave fabulosa.

Probablemente la leyenda del fénix pasó de la tradición egipcia (Bennu) a la grecorromana a través del historiador Heródoto en el segundo libro de su obra Historia, quien cuenta en sus historias que viajó a Egipto y conoció a los sacerdotes egipcios de Heliópolis:
«Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis sólo viene al Egipto cada quinientos años a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color de carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre; el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren». 
El fénix también aparece en La metamorfosis de Ovidio:
«Una ave hay que se rehaga y a sí misma ella se reinsemine. Los asirios fénix la llaman. No de granos ni de hierbas, sino de lágrimas de incienso y del jugo vive de amomo. Ella cuando cinco ha completado los siglos de la vida suya, de una encina en las ramas y en la copa, trémula, de una palmera, con las uñas y con su puro rostro un nido para sí se construye, en el cual, una vez que con casias y del nardo llene con las aristas y con quebrados cínamos lo ha cimentado junto con rubia mirra, a sí mismo encima se impone, y finaliza entre aromas su edad. De ahí, dicen que, quien otros tantos años vivir deba, del cuerpo paterno un pequeño fénix renace. Cuando le ha dado a él su edad fuerzas, y una carga llevar puede, de los pesos del nido las ramas alivia de su árbol alto y lleva piadoso, como las cunas suyas, el paterno sepulcro, y a través de las leves auras, de la ciudad de Hiperíon adueñándose, ante sus puertas sagradas de Hiperíon en el templo los suelta». 
Entre los muchos autores que también hablaron del fénix está Plinio el Viejo, que lo describió en su Historia Natural:
«Dicen que Etiopía y la India crían aves de muy diversos colores e indescriptibles y la más famosa de todas, el fénix de Arabia (no sé si se trata de una fábula), única en todo el mundo y muy difícil de ver. Se cuenta que es del tamaño de un águila, con el brillo del oro en torno al cuello y el resto de color púrpura, con plumas rosas que adornan su cola azulada y con el ennoblecimiento de crestas en la garganta y de un copete de plumas en la cabeza. Manilio, aquel senador famoso por sus grandísimos saberes sin haber tenido maestro alguno, fue el que, entre los romanos, se refirió a él primero y con el mayor rigor. Señala que no há existido nadie que lo haya visto comer, que en Arabia está consagrado al Sol, que vive quinientos cuarenta años y que, al envejecer, hace un nido con ramitas de canelo y de incienso, lo llena de aromas y muere sobre él. Añade que, después, de sus huesos y médulas nace primero como una larva y de él a continuación resulta el polluelo, y lo primero que hace es rendir las honras fúnebres debidas a su predecesor, y lleva el nido entero cerca de Pancaya, a la Ciudad del Sol, y allí lo deja en un altar. El mismo Manilio manifiesta que con la vida de este pájaro se cumple la revolución del Gran Año y que de nuevo retoman los mismos signos de las estaciones y las constelaciones, y que esto comienza en tomo a mediodía, el día en que el Sol entra en el signo de Aries, y que el año de esta revolución en que él escribía, en el consulado de Publio Licinio y Gneo Cornelio, era el doscientos quince. Cornelio Valeriano cuenta que el fénix voló a Egipto en el consulado de Quinto Plaucio y Sexto Papinio. Fue traído también a Roma durante la censura del emperador Claudio (en el año ochocientos de Roma) y expuesto en el Comido, lo que está atestiguado por las Actas. Pero nadie dudaría de que era falso».
Isidoro de Sevilla añadía unos cuantos detalles al mito de este pájaro en sus Etimologías:
«El fénix es un ave de Arabia, que recibe su nombre por su color púrpura (phoeniceus), o porque es único en el mundo y los árabes utilizan el término fénix para referirse a esta cualidad. Vive durante quinientos años más o menos. Cuando ve que se hace viejo construye una pira con especias y ramas, y, mirando los rayos del sol saliente, arde en llamas y abanica el fuego con sus alas, renaciendo de nuevo de sus propias cenizas».
El escritor anglo-normando Guillaume le Clerc también habló sobre las extrañas costumbres del fénix en su Bestiario Divino:
«Hay un pájaro llamado fénix, el cual mora en la India y no se encuentra en otro lugar. Esta ave siempre está sola y sin compañía, pues no se puede encontrar, ni existe, otra ave que se le asemeje en hábitos o apariencia. Al pasar quinientos años siente que se hace viejo y comienza a recolectar raras y preciosas especias para volar desde el lejano desierto hasta la ciudad de Heliopolis. Allí, por algún signo o presagio, la llegada del ave es anunciada a un sacerdote de la ciudad, el cual reúne ramas y las coloca sobre un bello altar erigido para el pájaro. Y tal como dije, el ave, cubierta de especias, va hacia el altar y, frotando su pico contra la dura piedra, produce la chispa que le prende fuego a las especias y a la madera. Cuando el fuego crepita con fuerza, el fénix se tumba sobre el altar y arde hasta convertirse en cenizas. Entonces llega el sacerdote y encuentra las cenizas amontonadas, y separándolas cuidadosamente encuentra en ellas un pequeño gusano que emite un olor más dulce que el de las rosas o cualquier otra flor. Pasados tres días de velar por el gusano, el sacerdote vuelve y ve que se ha convertido en un ave perfectamente emplumada, la cual se inclina ante él y se va volando para no regresar hasta pasados otros quinientos años».
Claudio Claudiano, considerado el último de los grandes poetas romanos, mencionó al fénix en su De los animales (libro VI):
«Sin recurrir a la Aritmética sabe el fénix contar quinientos años, porque es discípulo de la sapientísima Naturaleza y, por esto, no tiene que echar mano de los dedos ni de ninguna otra cosa para el aprendizaje del cálculo. La finalidad y la necesidad de este conocimiento es cosa del dominio público. Poco menos que nadie entre los egipcios sabe cuándo se completará el período de los 500 años, como no sean unos pocos, y éstos, pertenecientes a la casta sacerdotal. Pero éstos difícilmente se ponen de acuerdo sobre el particular, sino que se burlan los unos de los otros porfiando y diciendo que el divino pájaro vendrá, no ahora, sino en una fecha posterior a la en que debía venir. Mas el fénix, en desacuerdo con los sacerdotes enzarzados en disputas, indica milagrosamente con signos el momento y se presenta. Los sacerdotes se ven obligados a hacer concesiones y a confesar que pasan su tiempo en hacer que el sol descanse con su charla; pero ellos no saben todo lo que saben los pájaros. ¡Por los dioses! ¿No constituye una ciencia saber dónde está Egipto, dónde Heliópolis, a dónde está decretado que venga el ave, a dónde debe ser enterrado su padre y en qué clase de féretro?».
En el De proprietatibus rerum de Bartholomeus Anglicus se dice lo siguiente:
«Fenix es, según se dice, un ave única en todo el mundo, solo y singular, de la que el pueblo mucho se maravilla, por esto, cerca de los árabes, donde nace, es llamada "singular", según dice Isidoro. De esta ave dice el filósofo que vive sin par y su vida es luenga, hasta trescientos o quinientos años, los cuales cumplidos, cuando conoce su fin, presta hace un nido de maderos aromáticos y muy secos, los cuales en el verano, por el gran fervor del sol y por el viento que sopla, se encienden, y una vez encendidos, ella, de su propia voluntad, se mete en su nido y entre los maderos ardientes se torna ceniza, de la que pasados tres días nace un pequeño gusano, el cual, poco a poco, recibiendo sus plumas, es en forma de ave tornado. Según dice Ambrosio en su Hexamerón: esta ave es muy hermosa en sus plumas, parecidas a las del pavo real, es muy solitaria y vive de granos y de frutos limpios. De esta ave cuenta Alano que Onyas, el gran sacerdote, mandó hacer en Heliopolis, una ciudad de Egipto, un templo a la semejanza de aquel en Jerusalén, e hizo el primer día de la solemnidad de su pascua un fuego sobre el altar con madera aromática y seca para poner en él su sacrificio, y, súbitamente, delante de todos, descendió un ave fénix dentro de este fuego, la cual se quemó y quedó en ceniza, la cual fue cogida por mandato del mismo gran sacerdote y pasados tres días nació de ella un gusano, que después tomo forma de ave semejante a la otra y huyó volando». 
En Los viajes de Juan de Mandeville también se describió el viaje que hacía el fénix hasta Heliopolis para morir incinerado y renacer como un pequeño gusano, pero además añadía otra descripción del ave. Para él tenía el aspecto de un águila, con una cresta de plumas más largas que las plumas de la cola del pavo real, su cuello es amarillo, tan brillante como el cristal de una vidriera bien pulida, su pico es azul, sus alas son púrpuras y su cola está plagada de verdes, amarillos y rojos. Según lo dicho en estos textos, es un ave digna de admirar cuando le da el sol, pues resplandece bajo la luz con un brillo majestuoso y noble.

En la pintura y literatura medieval se representaba al fénix dotado con una nube, lo que enfatizaba su conexión con el sol. Las imágenes más antiguas que lo representan con esta nube también incluyen siete rayos de sol, como Helios. Como ya se vio antes, varios autores lo describían con una cresta emplumada, llegando a ser comparado por algunos con un gallo.

Aunque por lo general se creía que el fénix estaba dotado de múltiples y vivos colores, no había consenso su coloración exacta. Tácito afirmaba que su color lo hacía destacar entre las demás aves. Algunos pensaban que su plumaje era similar al del pavo real, y Herodoto se declinaba más por el rojo y el amarillo, siendo esta la visión más extendida que se tiene de esta ave. Para el desconocido Ezequiel el dramaturgo, el fénix tenía las patas rojas y unos llamativos ojos amarillos, pero para Lactancio, sus ojos eran azules como el zafiro y sus piernas estaban cubiertas de escamas doradas con espolones rosas. Estos dos últimos autores discernían sobre el tamaño del fénix, ya que mientras muchos afirmaban que era del tamaño de un águila, estos decían que era mucho mayor, asegurando Lactancio que era tan grande como un avestruz.

En la mitología china, el Fenghuang, aunque no tiene similitudes con el fénix, ha sido denominado el «Fénix chino» por algunos occidentales, siendo una criatura con cuello de serpiente, el cuerpo de un pez y la parte trasera de tortuga. Simboliza la unión del yin y el yang.


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Kraken

El kraken es una criatura marina de la mitología escandinava y finlandesa descrita comúnmente como un tipo de pulpo o calamar gigante que, emergiendo de las profundidades, atacaba barcos y devoraba a los marinos. La leyenda puede realmente haberse originado de avistamientos de calamares gigantes reales que estimadamente tendrían de 13 a 15 metros de largo, incluyendo los tentáculos.

Aunque el nombre kraken nunca aparece en las sagas noruegas, hay monstruos marinos similares, el hafgufa y lyngbakr, ambos descritos en la saga Örvar-Oddr y en los textos noruegos de 1250, Konungs skuggsjá. Carolus Linnaeus incluyó al kraken como cefalópodo con el nombre científico de Microcosmus en la primera edición de su Systema Naturae (1735), una clasificación taxonómica de organismos vivos, pero excluyó al animal en ediciones posteriores. El Kraken también es extensivamente descrito por Erik Pontoppidan, obispo de Bergen, en su Historia Natural de Noruega (Copenhagen, 1752–3).

Cuentos antiguos, incluyendo los de Pontoppidan, describen al kraken como un animal "del tamaño de una isla flotante" (se decía que el dorso de un Kraken adulto tenía una longitud de 2,4 kilómetros6 ), cuyo verdadero peligro para los marineros no es la criatura misma, sino el remolino que crea después de sumergirse rápidamente en el océano. Sin embargo, Pontoppidan también describe el potencial destructivo de la gran bestia: "Se dice que si se aferra al mayor buque de guerra, podría tirar de él hasta el fondo del océano" (Sjögren, 1980). El Kraken fue siempre distinto de las serpientes marinas, también comunes en la tradición escandinava (Jörmungandr por ejemplo).

Según Pontoppidan, los pescadores noruegos a menudo corrían el riesgo de atrapar a los peces sobre el Nos cuenta Pontoppidan que los pescadores noruegos arriesgaban su vida para conseguir una buena pesca, pues  sabían que cuando ésta había sido excelente se debía a la proximidad del kraken Lo que nunca deseaban jamás era pescar el extraño pez denominado Gigantopólipos resplandecientes, porque esto significaba que el fin de su vida estaba próximo. 

Según esta leyenda, los mencionados pólipos habitan por toda la eternidad sobre el lomo del Kraken, de manera que con su luminosidad crean una especie de falso cielo, un refugio celestial al que acuden alucinadas todas las criaturas abismales hacia su perdición, hartas de vagabundear eternamente por la oscuridad del abismo, pues esta trampa sirve para que el kraken se alimente.  Así, pues, todo pescador que interrumpa este proceso caerá en desgracia. Pontoppidan también alegó que el monstruo a veces es confundido con una isla, y que en algunos mapas se incluyen islas que sólo a veces eran visibles e indicaban un Kraken, lo que nos recuerda a la ballena de SanBrandán, Barandano, Borondon... Pontoppidan también asegura que un joven espécimen de un monstruo fue hallado muerto en tierra en Alstahaug (Bengt Sjögren, 1980). La apariencia de cefalópodo, concretamente de calamar gigante, se elaboró a fines del siglo XVIII. En las primeras descripciones, sin embargo, las criaturas eran más similares a cangrejos parecidos a pulpos y, en general, poseen rasgos que se asocian con las grandes ballenas en lugar de con los calamares gigantes. Algunos rasgos del kraken se asemejan a las actividades volcánicas submarinas que ocurren en la región de Islandia, incluida el agua burbujeante, las corrientes peligrosas y la aparición de nuevos islotes.

Desde fines del siglo XVIII, el Kraken se ha representado en varias formas, principalmente como grandes criaturas similares a pulpos, y a menudo se ha afirmado que el Kraken de Pontoppidan podría haberse basado en observaciones de marineros de calamares gigantes. En las primeras descripciones, sin embargo, las criaturas eran más similares a cangrejos parecidos a pulpos y, en general, poseen rasgos que se asocian con las grandes ballenas en lugar de con los calamares gigantes. Algunos rasgos del kraken se asemejan a las actividades volcánicas submarinas que ocurren en la región de Islandia, incluida el agua burbujeante, las corrientes peligrosas y la aparición de nuevos islotes.

La descripción de Tennyson aparentemente influyó en Julio Verne que imaginó al famoso calamar gigante en Veinte mil leguas de viaje submarino en 1870. Verne también hace numerosas referencias al Kraken y al obispo Pontoppidan en la novela.

Hoy en día se han encontrado varias pruebas de existencia de calamares gigantes en las profundidades del mar, de aproximadamente 15 a 20 metros. Según la cultura popular sabemos más de Marte que de lo que hay en el fondo del mar. Bernard Heuvelmans, un zoólogo, piensa que el mundo está lleno de criaturas aún no descubiertas.

Santa Compaña

La Santa Compaña es en la mitología popular gallega --y con otros nombres o el mismo en la asturiana, en la antigua región del Reino de León (provincias de Zamora, León y Salamanca) como Huéspeda y Extremadura, y en Castilla como Estantigua-- una procesión de muertos o ánimas en pena que por la noche (a partir de las doce) recorren errantes los caminos de una parroquia. Su misión es visitar todas aquellas casas en las que en breve habrá una defunción. El mito está presente con diversas variantes en todo el contínuum cultural astur-galaico, donde recibe otras denominaciones como Güestia, Güéspeda, Estadea, Hoste, Genti de Muerti, procesión de ánimas o simplemente Compaña.

A pesar de todo ello, según los escritores Xoán R. Cuba, Antonio Reigosa y Xosé Miranda, "la denominación de Santa Compaña es errónea, a pesar de su éxito literario. La Compaña puede ser muchas cosas, pero santa, desde luego, no".

Aunque el aspecto de la Santa Compaña varía según la tradición de diferentes zonas, la más extendida es la formada por una comitiva de almas en pena, vestidos con túnicas blancas con capucha que vagan durante la noche. Esta procesión fantasmal forma dos hileras, van envueltas en sudarios y con los pies descalzos. Cada fantasma lleva una vela encendida y su paso deja un olor a cera en el aire. Al frente de esta compañía fantasmal se encuentra un espectro mayor llamado Estadea. La procesión va encabezada por un vivo (mortal) portando una cruz y un caldero de agua bendita seguido por las ánimas con velas encendidas, no siempre visibles, notándose su presencia en el olor a cera y el viento que se levanta a su paso.

Esta persona viva que precede a la procesión puede ser hombre o mujer, dependiendo de si el patrón de la parroquia es un santo o una santa. También se cree que quien realiza esa "función" no recuerda durante el día lo ocurrido en el transcurso de la noche, únicamente se podrá reconocer a las personas penadas con este castigo por su extremada delgadez y palidez. Cada noche su luz será más intensa y cada día su palidez irá en aumento. No les permiten descansar ninguna noche, por lo que su salud se va debilitando hasta enfermar sin que nadie sepa las causas de tan misterioso mal. Condenados a vagar noche tras noche hasta que mueran u otro incauto sea sorprendido (al cual el que encabeza la procesión le deberá pasar la cruz que porta).

Caminan emitiendo rezos (casi siempre un rosario) cánticos fúnebres y tocando una pequeña campanilla. A su paso, cesan previamente todos los ruidos de los animales en el bosque y se escuchan unas campanas. Los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos y realmente asustados.

Se dice que no todos los mortales tienen la facultad de ver con los ojos a "La Compaña". Elisardo Becoña Iglesias, en su obra La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos explica que según la tradición, tan sólo ciertos "dotados" poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuirla, etc.

Para librarse de esta obligación, la persona que vea pasar la Santa Compaña debe trazar un círculo en el suelo y entrar en él o bien acostarse boca abajo. Para librarse de la Santa Compaña se debe llevar una cruz encima, rezar sin escuchar los cánticos de la Santa Compaña, o bien, en última instancia, salir corriendo.

Aunque todas sus versiones coinciden en considerar la Santa Compaña como una anunciadora de muerte, hay diferentes versiones.

En la mayoría de las historias la Santa Compaña realiza sus apariciones de noche, pero también hay casos en los que se habla de salidas diurnas.

J. Cuveiro Piñol, en su Diccionario Gallego (1876) escribe: 
Compaña: entre o vulgo, creída hoste ou procesión de bruxas que andan de noite alumeadas con osos de mortos, chamando ás portas para que as acompañen, aos que desexan que morran axiña...
En unas versiones se cuenta que la luctuosa procesión transporta un ataúd en el cual hay una persona dentro, la cual puede ser incluso la persona que sufre la aparición siendo su cuerpo astral el que está en el ataúd.

Se pueden aparecer en diferentes lugares, pero predominan en las encrucijadas.

Hay fechas concretas en las que se dice que tiene más incidencia las apariciones de la Santa Compaña, como por ejemplo, la noche de Todos los Santos (entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre), o la noche de San Juan (24 de junio).

No sólo en Galicia se aparece esta procesión de muertos, sino también en Asturias donde la llaman La Güestia, que es una procesión también conocida como bona xente. Es un grupo de personas encapuchadas que se acercan a la casa de un enfermo moribundo, dan tres vueltas a la casa y entonces el enfermo muere. Normalmente son conocidos del moribundo. Se dice que van exclamando "Andad de día que la noche es mía". Se cuenta el relato de una mujer que salió de su casa a por castañas pensando que ya era de día y un miembro de la procesión le dijo que era su padrino entonces ya muerto. Le tendió la mano dándole la vela encendida, ella la cogió, y al cabo de unos días enfermó y murió.

En Las Hurdes, en Extremadura, aparece el Corteju de Genti de Muerti, que se compone de dos jinetes fantasmales que causan el pánico de madrugada por los pueblos hurdanos ya que quien los ve puede resultar muerto. En Zamora se la denomina La estadea y es una mujer que vaga por los caminos y los cementerios. No tiene rostro y huele a la humedad de los sepulcros. Sólo se aparece a aquel que va a morir. En León se la llama La hueste de ánimas.

Las numerosas leyendas sobre esta compañía de difuntos en pena cuentan que se aparecen en los caminos cercanos a los camposantos en busca de algo o alguien, y que siempre aparecen con un motivo por el cual es símbolo de desastre o maldición. Los motivos por lo que esta compañía de almas errantes pueden aparecer son:
  • Para reclamar el alma de alguien que morirá pronto. Cuenta la leyenda que quien recibe la visita de la Compaña morirá en el plazo de un año.
  • Para reprochar a los vivos,faltas o errores cometidos. Si la falta es especialmente grave, el mortal que la ha cometido podría recibir la visita de la Compaña para que la encabece, condenado así a vagar hasta que otro mortal le reemplace.
  • Para anunciar la muerte de un conocido del que presencia la procesión.
  • Para cumplir una pena impuesta por alguna autoridad del más allá.

El contar esta leyenda también supone contar el modo de protegerse contra esta procesión de no muertos; en el hipotético caso de que la compaña se presentara en presencia de alguien se debería llevar a cabo una serie de rituales para la protección que consistiría en:
  • Abrir los brazos en cruz y pronunciar Jesucristo cuando te vayan a dar la cruz.
  • Responder "Cruz ya tengo" cuando el vivo que lleve la cruz intente dar la cruz diciendo "te toca a ti" o "toma tú".
  • Llevar los brazos cruzados.
  • Llevar las dos manos ocupadas, con una piedra, un palo...
  • Cuenta la leyenda que la Santa Compaña no tendrá el poder de capturar el alma del mortal que se cruza con ella si éste se halla en los peldaños de algún crucero de los situados en los cruces de caminos o si porta una cruz consigo y logra esgrimirla a tiempo.
  • Dibujar con tiza un círculo en el suelo y meterse dentro mientras la Santa Compaña pasa.
Amadorat

Fuego Fatuo

Un fuego fatuo (en latín ignis fatuus) es un fenómeno consistente aparentemente en la inflamación de ciertas materias (fósforo, principalmente) que se elevan de las sustancias animales o vegetales en putrefacción, y forman pequeñas llamas que se ven andar por el aire a poca distancia de la superficie, se encuentran en los lugares pantanosos y en los cementerios. Son luces pálidas que pueden verse a veces de noche o al anochecer. Se dice que los fuegos fatuos retroceden al aproximarse a ellos. Existen muchas leyendas sobre ellos, lo que hace que muchos sean reacios a aceptar explicaciones científicas, ya que desde antaño las personas han tenido este fenómeno como el alma de un ser fallecido.

Entre la población rural europea, especialmente en la cultura popular gaélica y eslava, se cree que los fuegos fatuos o "will-o'-the-wisp" (nombre común en el Reino Unido) son espíritus malignos de muertos u otros seres sobrenaturales que intentan desviar a los viajeros de su camino, alejándose cada vez que alguien trata de acercarse (compárese con el puck). A veces se cree que son espíritus de niños sin bautizar o nacidos muertos, que revolotean entre el cielo y el infierno (compárese con wili). Modernas elaboraciones ocultistas los relacionan con la salamandra, un tipo de espíritu completamente independiente de los seres humanos (a diferencia de los fantasmas, que se supone que han sido humanos en algún momento anterior). También encajan en la descripción de ciertos tipos de hada, que pueden o no haber sido almas humanas.

Se cree que el Hitodama (la imagen clásica de las almas como una llama o bola de humo azul o verde) que aparece en el folklore japonés tuvo su origen en los fuegos fatuos.

En el folklore húngaro es conocido como lidérc y se suele crear colocando un huevo de gallina negra bajo una axila. Esta criatura protegerá y bendecirá con salud y riqueza a su dueño y creador. Igualmente, el fuego fatuo aparece en numerosas leyendas populares de las Islas Británicas, siendo a menudo en ellas un personaje malicioso. En su libro British Goblins, William Wirt Sikes menciona una leyenda galesa sobre un fuego fatuo (pwca en galés) en la que un campesino que vuelve a casa al anochecer avista una luz brillante moviéndose bastante por delante de él. Desde más cerca, logra ver que la luz es una linterna portada por una «pequeña figura oscura» a la que sigue durante varias millas. De repente se halla en el borde de una enorme sima con un rugiente torrente de agua corriendo bajo él. En este preciso momento el portador de la linterna salta cruzando el agujero, elevando la luz muy por encima de su cabeza y lanzando una risa maliciosa, tras lo cual apaga la luz dejando al pobre campesino lejos de su casa, sumido en la oscuridad al borde del precipicio. Ésta es una historia cautelar bastante común sobre el fenómeno, si bien los fuegos fatuos no siempre se consideran peligrosos; hay algunas leyendas que los hacen guardianes de tesoros, de forma muy parecida a como el leprechaun irlandés guiaba a los que tenían la valentía de seguirlo hasta riquezas seguras. Otras historias tratan sobre viajeros que se pierden en el bosque, se encuentran con un fuego fatuo y dependiendo de cómo le tratan éste los pierden aún más en él o le guían fuera.

Katherine Briggs menciona a Will el Herrero de Shropshire en su Diccionario de las hadas. En este caso Will es un herrero malvado a quien San Pedro le da una segunda oportunidad en las puertas del Cielo, pero que lleva tan mala vida que termina siendo condenado a vagar por la Tierra. El diablo le provee de un único carbón ardiente con el que calentarse, que entonces él usa para atraer a los viajeros imprudentes a los pantanos.

En algunas zonas rurales de Venezuela existe la leyenda de que los fuegos fatuos son los espíritus del conquistador español Lope de Aguirre y sus hombres, que no encuentran reposo en el más allá y vagan por este mundo.

Banshee

Las banshees (gaélico: /ˈbænʃiː; bean si; mujer de los túmulos) forman parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Son espíritus femeninos que, según la leyenda, se aparecen a una persona para anunciar con sus gemidos la muerte de un pariente cercano. Son consideradas hadas, presagio de muerte y mensajeras del otro mundo.

Cada banshee se dedicaba exclusivamente a una de las grandes familias irlandesas cuyos apellidos contenían los prefijos Mac u O, a las que servían durante siglos y siglos, aunque solo aparecen cuando un miembro de la familia está a punto de morir. Tradicionalmente, cuando una persona moría una mujer cantaba un lamento en el funeral. La leyenda cuenta que para las grandes familias gaélicas, los O'Gradys, los O'Neills, los O'Briains, los O'Conchobhairs y los Caomhánachs, el lamento era cantado por una mujer hada. Ella cantaría el lamento cuando un miembro de la familia muriese, incluso si la persona había muerto lejos y la noticia de su muerte no había llegado todavía. De manera que el llanto de la banshee sería la primera advertencia que tendría la familia de esa muerte.

Se creía que la banshee de los O'Briains se llamaba Aibell y mandaba sobre otras veinticinco banshees que estaban siempre bajo sus ordenes. A partir de este mito proviene la creencia de que el llanto de muchas banshees significa la muerte de una gran persona. En versiones posteriores, una banshee podía aparecer antes de la muerte de una persona y advertir a la familia con su llanto. Cuando varias bashees aparecen a la vez, sería señal de la muerte de alguien importante o incluso de carácter sagrado. 

Se las describe siempre como mujeres con un largo vestido, usualmente blanco o gris, y de cabello muy largo, pálido y abundante, el cual se cepillan con un peine de plata (al igual que las sirenas en otros mitos). En otras historias, las banshees aparecen con vestidos verdes, rojos o negros con una capa gris. Las banshees pueden aparecer con diferentes formas. A menudo se presentan como una bruja espantosa y fea, pero también pueden aparecer como una mujer increíblemente bella. También pueden adoptar la forma de una corneja negra o cuervo, una liebre o una comadreja, animales asociados con la brujería.

Escournau

Monstruo extremeño cuya existencia se localiza en la Sierra de Santa Bárbara, cuyo único cuerno se mantuvo mucho tiempo en una ermita, como reliquia con propiedades curativas.

La leyenda del Escornau tuvo lugar en las proximerías del arroyo Palomero cerca de Ahigal, pequeño pueblo del norte de Cáceres. No se sabe con exactitud la fecha del origen del Escornau, pero las investigaciones lo sitúan en la misma época en la que se trasladó la antigua ermita de Santa Marina desde una pequeña villa llamada “Las Canchorras” a las proximidades del pueblo en torno al S. XVI.

Sobre el físico del Escornau existen varias versiones aunque en general se le describía como un engendro con los cuartos traseros de caballo, la parte delantera de toro y cabeza de jabalí de cuya frente crecería un largo y agudo cuerno con sección espiral. Según cuentan en Aighal, el cuerno podía llegar a medir hasta tres metros que el Escornau afilaba contra las rocas. Todas coinciden en que este ser fue enviado por Dios como castigo divino en virtud de las maldades y pecados que habían cometido los aighalenses, fruto de la posible unión de una yegua y un jabalí.

Según cuentan, no pocas fueron sus víctimas, tanto hombres como ganado, pero con las mujeres parecía tener especial detalle. Normalmente, el Escornau mataba a su víctima y la dejaba allá donde estuviera pero, cuando su objetivo era una mujer, la ensartaba con su cuerno y la paseaba orgulloso como vanagloriándose de su gesta.

Los habitantes de Aighal, atemorizados, realizaron batidas para atrapar al animal pero nada consiguieron. Las balas y las flechas no conseguían atravesar su piel. Ante tal fracaso recordaron el dicho que reza: “lo que Dios te da, Dios te lo quita”. Y rezaron pidiendo clemencia.

Se excomulgó al engendro, hubo rogativas y procesiones como la de la cofradía de la Vera Cruz que fue atacada por el Escornau enfurecido por la tentativa, como si realmente le hiciera daño. Su fin parecía cercano, los aldeanos habían encontrado el modo de deshacerse de él. Días más tarde la cofradía del Rosario volvió a salir en procesión y el Escornao apareció de nuevo. Cuando se disponía a atacar a las mujeres que portaban el estandarte de la Virgen, Dios intervino paralizándolo, y el animal empezó a hincharse hasta explotar. Otras fuentes aseguran que durante su embestida, tropezó y chocó contra una roca, en la que se mató.

Según cuenta la tradición, este hecho ocurrió a la altura de la llamada “Canchu la sangri” que, si algún curioso quiere visitar, aún está manchada de la sangre del Escornau.

El cuerno de la bestia fue recogido y llevado a la ermita del Cristo en Aighal, llegando a considerarse reliquia con poderes de curativos y de buena ventura. En el pueblo, los más ancianos, comentan que incluso los “quintos” llevaban el bolsillo limaduras del asta para que les diera suerte y conseguir un número que les librara del servicio militar. Actualmente se ha perdido la pista del cuerno del Escornau. En el S. XIX, el obispo de la diócesis de Coria conoció la existencia del asta y de la veneración que los aighalenses le procesaban. Escandalizado por esta adoración casi pagana decidió llevarse el cuerno, privando a los descendientes de los cazadores de la bestia de parte de su historia.

Genderuwo

El gendruwo es un fantasma maligno originario de Indonesia, normalmente de género masculino. Descritos con un enorme cuerpo cubierto de pelo rojo, una larga melena enmarañada, colmillos, largas y afiladas garras, ojos rojos y una cara aterradora. Si en mitad de la noche hueles como a yuca tostada quiere decir que hay un Gendruwo allí. Son conocidos por su afición al sexo, y pueden transformarse en el marido de una mujer para tener relaciones con ella.

Basilisco

El basilisco (griego: βασιλίσκος; latín: regulus; reyezuelo) era en su origen una pequeña serpiente cargada de veneno letal, capaz de matar con la simple mirada o el aliento, al igual que el catoblepas. Posteriormente, en la Europa medieval, fue representado de diversas maneras con características de gallo, siendo llamado cocatriz en ocasiones por errores en traducciones y transcripciones.

El nombre de esta serpiente significa reyezuelo o pequeño rey porque es el rey de las serpientes, por eso se desplaza siempre con medio cuerpo erguido, espanta a las de su clase con su silbido y tiene una mancha blanca o unas protuberancias en la cabeza a modo de corona. Su cuerpo es amarillo con franjas blancas y sus ojos son de un color rojo mezclado con una especie de negrura brumosa, como si fuese fuego mezclado con humo. A pesar de su pequeño tamaño, pues se decía que apenas alcanzaba los treinta centímetros de longitud, era tan mortal que mataba todo lo que había a su alrededor, ya fuera al contacto o con su aliento; también podía matar con la mirada e incluso morían todos aquellos que tocaran el cadáver de alguna de sus víctimas, por eso ninguna bestia se alimentaba de los restos que dejaba un basilisco. A su paso, la hierba se secaba y las rocas se resquebrajaban, llevando consigo el desierto y la muerte allá a donde fuera.

Comadreja envuelta en ruda enfrentándose a un basilisco - Václav Hollar
Sobre su peligroso veneno se trató en varios textos de médicos antiguos, como en la Triaca de Galeno: «Pues el basilisco es un fiera amarillenta que posee sobre la cabeza tres prominencias que, según dicen, al ser visto o cuando se le escucha silbando destruye a los que lo escuchan o lo miran. Y del resto de animales, si alguno toca a este animal muerto, lo mata en seguida y por eso todas las otras clases de animales se guardan de estar cerca». El médico Aecio de Amida amplió esta información heredada de Galeno en el libro XIII de su Dieciseis libros médicos, describiendo los síntomas de la mordedura de un basilisco:
El basilisco tiene un tamaño de tres palmos y es amarillento y de cabeza puntiaguda. Tiene sobre la cabeza tres prominencias y detenta un grandísimo poder sobre todas las demás serpientes, hasta el punto que ninguna de ellas puede ni siquiera soportar su silbido. Y aunque alguna de los otros animales venenosos se vea impulsado a comer o beber, si percibe la presencia del basilisco, se retira, sin preocuparse del alimento necesario para vivir. Y a los que son mordidos por él les sobreviene una inflamación de todo el cuerpo y lividez. Se les caen los cabellos del cuerpo al punto y en un corto espacio de tiempo sigue la muerte. Pero ni siquiera un animal carnívoro toca el cuerpo muerto. Y, si impulsado por el hambre, lo toca, al punto la muerte cae sobre él. Y dicen que con sólo ser visto o con sólo ser oído cuando silba, destruye a los que lo miran, a los que son vistos por él y a los que lo escuchan. Por lo que creemos que es inútil y vano prescribir remedios contra ello.
Dioscórides, otro médico de la antigüedad, dedicó unos fragmentos de su obra al basilisco, en especial a los mordidos por éste: «Erasistrato en el libro que hizo de los remedios, y de los venenos mortíferos, habla muy brevemente del llamado basilisco, diciendo si el basilisco mordiere, la herida se vuelve luego amarilla, y casi de la color del oro». Aunque para Aecio de Amida no existía remedio alguno para su veneno, Dioscórides afirmaba, citando a Erasistrato, que «una drama de castoreo bebida con vino: y así mismo el opio» debían bastar para curar su ponzoña. Otra leyenda dice que la única planta que sobrevive al paso de un basilisco es la ruda; planta que comían las comadrejas para curarse si un basilisco les mordía.

Los antiguos historiadores lo situaban en la provincia de Cirene, donde ahora se encuentra la actual Libia. Según Lucano, nació junto a otras muchas horribles serpientes cuando la sangre de la cabeza cercenada de Medusa cayó sobre el desierto al volver el héroe Perseo de realizar su tarea. La única criatura que podía hacerle frente era la comadreja, que perseguía al basilisco hasta su madriguera y lo mataba, aunque también acababa muriendo por el aire emponzoñado de su cubil. El canto del gallo era mortal para los basiliscos, que al oírlo morían entre espasmos, y del mismo modo morían si veían su propio reflejo en un espejo, como le ocurrió al basilisco de Varsovia o, según algunas tradiciones, si un hombre los veía antes.

Basilisco naciendo de un huevo de ibis
Hieroglyphica de Piero Valeriano
Basilisco representando la Eternidad
Hieroglyphica de Horapolo
En la Edad Media, sobre el siglo XIII, el basilisco adoptó características de gallo, siendo a veces llamado basilicock o cocatriz. En esta versión del mito se creía que cuando un gallo alcanzaba la vejez y ya no podía reproducirse, generaba dentro de sí un huevo de color amarillento totalmente redondo y sin cáscara, cubierto solamente por una resistente membrana. El gallo depositaría este huevo en verano, al inicio de las canículas, sobre un montón de estiércol y sería empollado por un sapo, una serpiente o incluso por el propio gallo. De este proceso nacería el basilisco, que tendría cuerpo de gallo, corona y cola de serpiente, además del mismo veneno mortal que el anteriormente descrito. Por su parte, los antiguos egipcios creían que nacían de los huevos de los ibis; en algunas regiones de España, como Cataluña, se decía que su germen estaba en el oro, de cuyos gases nacían y se quedaban junto a él para protegerlo con su mortal mirada, mientras que en otros lugares, como en Castilla y León, se pensaba que nacían de los cabellos de las mujeres o de las yeguas que caían al agua, convirtiéndose el bulbo o raíz en la cabeza y el resto del pelo en el cuerpo.

En la Hieroglyphica de Horapolo encontramos que los egipcios llamaban a esta serpiente ureo y cuando querían representar la eternidad, a parte de utilizar un sol y una luna, también pintaban un basilisco de oro ciñendo a los dioses. Representaban la eternidad de esta manera porque consideraban al basilisco como una serpiente inmortal y que además tenía el don de dar la muerte a cualquiera con su aliento. Para los cristianos, tal y como se indica en el Bestiario de Pierre de Beauvais, pasó a ser identificado con el Diablo, la serpiente que se coló en el Paraíso y envenenó a Adán y Eva con el pecado. Piero Valeriano elaboró otra Hieroglyphica como Horapolo, en ella el basilisco aparecía como símbolo de la calumnia: «los sacerdotes Egipcios simbolizaban con este animal a la calumnia. Pues así como el Basilisco, sin necesidad de morder, daña al hombre a distancia con solo mirarlo, así también el calumniador –hablando secretamente al oído de los Príncipes, o de cualquier particular–, perjudica fraudulentamente al acusado, que recibe por su causa daños, tormentos y desazones, y aun muchas veces la muerte, sin poderse defender siquiera, pues desconoce el daño recibido, ya que se le acusó sin estar presente».

En algunas leyendas europeas, los basiliscos que se encontraban en ruinas, pozos o sótanos presentaban aspectos que variaban más o menos de la serpiente o el híbrido de reptil y gallo antes mencionados. Cardano habló de un basilisco que habitaba entre las paredes de una vieja casa de Milán que tenía cabeza de gallo, cuerpo de lagarto y una cola tan larga como el cuerpo. Tenía dientes en cada mandíbula, como los de las serpientes, alas emplumadas y dos patas que acababan en garras similares a la de los gatos. Bajo esta descripción, Ulisse Aldrovandi lo plasmó como una criatura con cabeza de gallo tocada con una corona, un cuerpo escamoso y abultado, ocho patas y una larga cola retorcida en su Historia serpenta et draconi.

Fuentes y textos originales

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