Fénix

El fénix (Griego: φοῖνιξ , phoînix; latín: phoenix, fenix) es un ave mitológica de gran longevidad que al morir incinerada daba una nueva vida de sus cenizas. La historia del fénix fue tomada como una alegoría de la muerte y resurrección de Cristo. El Bestiario de Aberdeen añade que «el fénix puede representar también la resurrección de los justos que, al recolectar las plantar aromáticas de la virtud, se preparan para el renacimiento de su ser tras la muerte». A lo largo de la historia muchos historiadores han hablado sobre el mito de esta ave fabulosa.

Probablemente la leyenda del fénix pasó de la tradición egipcia (Bennu) a la grecorromana a través del historiador Heródoto en el segundo libro de su obra Historia, quien cuenta en sus historias que viajó a Egipto y conoció a los sacerdotes egipcios de Heliópolis:
«Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis sólo viene al Egipto cada quinientos años a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas en parte doradas, en parte de color de carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre; el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren». 
El fénix también aparece en La metamorfosis de Ovidio:
«Una ave hay que se rehaga y a sí misma ella se reinsemine. Los asirios fénix la llaman. No de granos ni de hierbas, sino de lágrimas de incienso y del jugo vive de amomo. Ella cuando cinco ha completado los siglos de la vida suya, de una encina en las ramas y en la copa, trémula, de una palmera, con las uñas y con su puro rostro un nido para sí se construye, en el cual, una vez que con casias y del nardo llene con las aristas y con quebrados cínamos lo ha cimentado junto con rubia mirra, a sí mismo encima se impone, y finaliza entre aromas su edad. De ahí, dicen que, quien otros tantos años vivir deba, del cuerpo paterno un pequeño fénix renace. Cuando le ha dado a él su edad fuerzas, y una carga llevar puede, de los pesos del nido las ramas alivia de su árbol alto y lleva piadoso, como las cunas suyas, el paterno sepulcro, y a través de las leves auras, de la ciudad de Hiperíon adueñándose, ante sus puertas sagradas de Hiperíon en el templo los suelta». 
Entre los muchos autores que también hablaron del fénix está Plinio el Viejo, que lo describió en su Historia Natural:
«Dicen que Etiopía y la India crían aves de muy diversos colores e indescriptibles y la más famosa de todas, el fénix de Arabia (no sé si se trata de una fábula), única en todo el mundo y muy difícil de ver. Se cuenta que es del tamaño de un águila, con el brillo del oro en torno al cuello y el resto de color púrpura, con plumas rosas que adornan su cola azulada y con el ennoblecimiento de crestas en la garganta y de un copete de plumas en la cabeza. Manilio, aquel senador famoso por sus grandísimos saberes sin haber tenido maestro alguno, fue el que, entre los romanos, se refirió a él primero y con el mayor rigor. Señala que no há existido nadie que lo haya visto comer, que en Arabia está consagrado al Sol, que vive quinientos cuarenta años y que, al envejecer, hace un nido con ramitas de canelo y de incienso, lo llena de aromas y muere sobre él. Añade que, después, de sus huesos y médulas nace primero como una larva y de él a continuación resulta el polluelo, y lo primero que hace es rendir las honras fúnebres debidas a su predecesor, y lleva el nido entero cerca de Pancaya, a la Ciudad del Sol, y allí lo deja en un altar. El mismo Manilio manifiesta que con la vida de este pájaro se cumple la revolución del Gran Año y que de nuevo retoman los mismos signos de las estaciones y las constelaciones, y que esto comienza en tomo a mediodía, el día en que el Sol entra en el signo de Aries, y que el año de esta revolución en que él escribía, en el consulado de Publio Licinio y Gneo Cornelio, era el doscientos quince. Cornelio Valeriano cuenta que el fénix voló a Egipto en el consulado de Quinto Plaucio y Sexto Papinio. Fue traído también a Roma durante la censura del emperador Claudio (en el año ochocientos de Roma) y expuesto en el Comido, lo que está atestiguado por las Actas. Pero nadie dudaría de que era falso».
Isidoro de Sevilla añadía unos cuantos detalles al mito de este pájaro en sus Etimologías:
«El fénix es un ave de Arabia, que recibe su nombre por su color púrpura (phoeniceus), o porque es único en el mundo y los árabes utilizan el término fénix para referirse a esta cualidad. Vive durante quinientos años más o menos. Cuando ve que se hace viejo construye una pira con especias y ramas, y, mirando los rayos del sol saliente, arde en llamas y abanica el fuego con sus alas, renaciendo de nuevo de sus propias cenizas».
El escritor anglo-normando Guillaume le Clerc también habló sobre las extrañas costumbres del fénix en su Bestiario Divino:
«Hay un pájaro llamado fénix, el cual mora en la India y no se encuentra en otro lugar. Esta ave siempre está sola y sin compañía, pues no se puede encontrar, ni existe, otra ave que se le asemeje en hábitos o apariencia. Al pasar quinientos años siente que se hace viejo y comienza a recolectar raras y preciosas especias para volar desde el lejano desierto hasta la ciudad de Heliopolis. Allí, por algún signo o presagio, la llegada del ave es anunciada a un sacerdote de la ciudad, el cual reúne ramas y las coloca sobre un bello altar erigido para el pájaro. Y tal como dije, el ave, cubierta de especias, va hacia el altar y, frotando su pico contra la dura piedra, produce la chispa que le prende fuego a las especias y a la madera. Cuando el fuego crepita con fuerza, el fénix se tumba sobre el altar y arde hasta convertirse en cenizas. Entonces llega el sacerdote y encuentra las cenizas amontonadas, y separándolas cuidadosamente encuentra en ellas un pequeño gusano que emite un olor más dulce que el de las rosas o cualquier otra flor. Pasados tres días de velar por el gusano, el sacerdote vuelve y ve que se ha convertido en un ave perfectamente emplumada, la cual se inclina ante él y se va volando para no regresar hasta pasados otros quinientos años».
Claudio Claudiano, considerado el último de los grandes poetas romanos, mencionó al fénix en su De los animales (libro VI):
«Sin recurrir a la Aritmética sabe el fénix contar quinientos años, porque es discípulo de la sapientísima Naturaleza y, por esto, no tiene que echar mano de los dedos ni de ninguna otra cosa para el aprendizaje del cálculo. La finalidad y la necesidad de este conocimiento es cosa del dominio público. Poco menos que nadie entre los egipcios sabe cuándo se completará el período de los 500 años, como no sean unos pocos, y éstos, pertenecientes a la casta sacerdotal. Pero éstos difícilmente se ponen de acuerdo sobre el particular, sino que se burlan los unos de los otros porfiando y diciendo que el divino pájaro vendrá, no ahora, sino en una fecha posterior a la en que debía venir. Mas el fénix, en desacuerdo con los sacerdotes enzarzados en disputas, indica milagrosamente con signos el momento y se presenta. Los sacerdotes se ven obligados a hacer concesiones y a confesar que pasan su tiempo en hacer que el sol descanse con su charla; pero ellos no saben todo lo que saben los pájaros. ¡Por los dioses! ¿No constituye una ciencia saber dónde está Egipto, dónde Heliópolis, a dónde está decretado que venga el ave, a dónde debe ser enterrado su padre y en qué clase de féretro?».
En el De proprietatibus rerum de Bartholomeus Anglicus se dice lo siguiente:
«Fenix es, según se dice, un ave única en todo el mundo, solo y singular, de la que el pueblo mucho se maravilla, por esto, cerca de los árabes, donde nace, es llamada "singular", según dice Isidoro. De esta ave dice el filósofo que vive sin par y su vida es luenga, hasta trescientos o quinientos años, los cuales cumplidos, cuando conoce su fin, presta hace un nido de maderos aromáticos y muy secos, los cuales en el verano, por el gran fervor del sol y por el viento que sopla, se encienden, y una vez encendidos, ella, de su propia voluntad, se mete en su nido y entre los maderos ardientes se torna ceniza, de la que pasados tres días nace un pequeño gusano, el cual, poco a poco, recibiendo sus plumas, es en forma de ave tornado. Según dice Ambrosio en su Hexamerón: esta ave es muy hermosa en sus plumas, parecidas a las del pavo real, es muy solitaria y vive de granos y de frutos limpios. De esta ave cuenta Alano que Onyas, el gran sacerdote, mandó hacer en Heliopolis, una ciudad de Egipto, un templo a la semejanza de aquel en Jerusalén, e hizo el primer día de la solemnidad de su pascua un fuego sobre el altar con madera aromática y seca para poner en él su sacrificio, y, súbitamente, delante de todos, descendió un ave fénix dentro de este fuego, la cual se quemó y quedó en ceniza, la cual fue cogida por mandato del mismo gran sacerdote y pasados tres días nació de ella un gusano, que después tomo forma de ave semejante a la otra y huyó volando». 
En Los viajes de Juan de Mandeville también se describió el viaje que hacía el fénix hasta Heliopolis para morir incinerado y renacer como un pequeño gusano, pero además añadía otra descripción del ave. Para él tenía el aspecto de un águila, con una cresta de plumas más largas que las plumas de la cola del pavo real, su cuello es amarillo, tan brillante como el cristal de una vidriera bien pulida, su pico es azul, sus alas son púrpuras y su cola está plagada de verdes, amarillos y rojos. Según lo dicho en estos textos, es un ave digna de admirar cuando le da el sol, pues resplandece bajo la luz con un brillo majestuoso y noble.

En la pintura y literatura medieval se representaba al fénix dotado con una nube, lo que enfatizaba su conexión con el sol. Las imágenes más antiguas que lo representan con esta nube también incluyen siete rayos de sol, como Helios. Como ya se vio antes, varios autores lo describían con una cresta emplumada, llegando a ser comparado por algunos con un gallo.

Aunque por lo general se creía que el fénix estaba dotado de múltiples y vivos colores, no había consenso su coloración exacta. Tácito afirmaba que su color lo hacía destacar entre las demás aves. Algunos pensaban que su plumaje era similar al del pavo real, y Herodoto se declinaba más por el rojo y el amarillo, siendo esta la visión más extendida que se tiene de esta ave. Para el desconocido Ezequiel el dramaturgo, el fénix tenía las patas rojas y unos llamativos ojos amarillos, pero para Lactancio, sus ojos eran azules como el zafiro y sus piernas estaban cubiertas de escamas doradas con espolones rosas. Estos dos últimos autores discernían sobre el tamaño del fénix, ya que mientras muchos afirmaban que era del tamaño de un águila, estos decían que era mucho mayor, asegurando Lactancio que era tan grande como un avestruz.

En la mitología china, el Fenghuang, aunque no tiene similitudes con el fénix, ha sido denominado el «Fénix chino» por algunos occidentales, siendo una criatura con cuello de serpiente, el cuerpo de un pez y la parte trasera de tortuga. Simboliza la unión del yin y el yang.


SoupAndButterExcessivesurrealist - Deviantart desactivado

No hay comentarios:

Publicar un comentario