Monuca

La monuca es un animal fantástico que ha pasado al imaginario del folklore cántabro gracias a los relatos recogidos por Manuel Llano en su obra Mitos y leyendas de Cantabria. Según el autor, las leyendas del libro las sacó de la tradición oral que oyó de lugareños de su tierra; en este caso, lo referido sobre la monuca se lo narró Faustino Ruíz, un vecino de Rozadío.

Esta criatura es similar a la rámila, ya que es el fruto de la unión que se da entre un gato montés y una garduña en primavera cada once años. Al poco de nacer, se escapa de la cueva en la que fue alumbrada y anda sola por el monte varios días, con los ojos todavía cerrados, hasta que los abre y regresa para matar a su madre chupándole toda la sangre y sacándole los ojos. Después se acomoda junto al río hasta que muda a un pelaje multicolor: la cabeza se le queda blanca como la lana de las ovejas; el rabo, de color morado; mientras que el cuerpo se le vuelve encarnado, azul y negro. Ya con todos sus colores, se va a los prados para comer saltamontes y tórtolas.

Cuando el gato montés que fue su padre regresa a su madriguera y ve a la garduña muerta, se enfurece y dedica su vida a perseguir a su hija para vengarse. Desgraciadamente, la monuca es muy lista y de buena vista, y cuando nota la presencia del gato, se sube a las ramas más delgadas de los robles como si fuera un pájaro. Pero el tiempo acaba poniéndola en su lugar, ya que de tanto beber la sangre de corderos y bebés, engorda de tal manera que ya no puede escapar de su padre; es entonces cuando éste la atrapa y le saca los ojos, pero no la mata, sino que la deja a su suerte para que se despeñe por un barranco o se la coman los animales salvajes. Finalizada su venganza, el gato montés vuelve a su cueva y se deja morir de pena.

En algunas ocasiones nacen monucas que son mitad negras y mitad encarnadas, con un ojo negro y el otro rojo. Otras son mitad negras y mitad blancas, cuya madre en este caso es una gata montesa y la garduña el padre. Tras matar a su madre, la garduña es la encargada de perseguirla y la atrapa allá donde quiera que se esconda gracias a su estrecho cuerpo. Cuando la alcanza, la garduña le come las patas y la deja sola sin poder andar.

Más excepcional es la monuca que nace cada siglo, totalmente blanca salvo por unas pintas coloradas en el espinazo. Justo en la mancha del medio tienen una cosa morada similar a una corona; para matarla habría que clavarle un alfiler en su centro. Si un hombre atrapa una de estas monucas blancas y las lleva a su casa, tendrá buena suerte para el resto de su vida, pero si lo hace una mujer, le arañará la cara e intentará sacarle los ojos para después escapar.

Para finalizar el relato, también se cuenta que hubo una raza de monucas ya extinta que nacía cada dos siglos al reproducirse un oso con una jabalina. Éstas eran tan grandes que parecían osos y tenían en la mitad de la cara una mancha roja que relumbraba por las noches como los ojos de los lobos.

Comisión encargada a Caymartworks

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