Argos

En la mitología griega, Argos Panoptes (griego: Άργος Πανοπτης; Argos, el que todo lo ve) era un gigante de cien ojos que vivió en la región de Argólida, en el Peloponeso.

Su ascendencia varía según la versión y a su padre se le llama Agénor, Arestor, Ínaco o Argos, mientras que otras versiones dicen que es hijo de Gea en solitario. Su epíteto, Panoptes, se debe a los cien ojos que recubrían su cuerpo, algunos de los cuales permanecían siempre abiertos cuando dormía, lo que le hacía un excelente guardián. Además de sus cien ojos, Argos poseía fuerza sobrehumana, y fue el asesino de varios monstruos, como un toro que asolaba Arcadia, con cuya piel se vistió, y un sátiro que dañaba a los arcadios y robaba sus ganados. También mató a Equidna mientras dormía y vengó la muerte de Apis acabando con la vida de sus asesinos.

Cuando Zeus cortejaba a la joven Ío, su mujer Hera apareció y se vio obligado a transformar rápidamente a su amante en una ternera blanca para esconderla. Hera, que no cayó en el engaño, demandó que le entregara la ternera como regalo y puso a Argos como su guardián. Zeus envió a Hermes para rescatar a su amante a escondidas. Algunas versiones del mito dicen que para lograr su misión mató a Argos aplastándolo con una roca, mientras que otras decían que lo durmió con el dulce sonido de su flauta y le cortó la cabeza. A partir de este hecho se conoce a Hermes como Argifonte o Argicida (griego: Ἀργειφόντης; asesino de Argos). Como recompensa por sus servicios, Hera colocó los cien ojos de Argos en la cola de su animal sagrado, el pavo real.

Juno descubriendo a Júpiter con Ío - Pieter Lastman
Apolodoro recogió este mito en su Biblioteca Mitológica:
«De Argos e Ismene, hija de Asopo, nació un hijo, Yaso, del que a su vez dicen que nació Io. Sin embargo, el cronista Cástor y muchos de los trágicos dicen que Ío es hija de Ínaco. En cambio Hesíodo y Acusilao dicen que lo es de Pirén. A esta, que era sacerdotisa de Hera, la sedujo Zeus, pero descubierto por Hera, tocó a la muchacha y la transformó en una vaca blanca, rechazando bajo juramento el haber tenido relaciones con ella. Por ello Hesíodo dice que los juramentos por amor no provocan la cólera de los dioses. Pero Hera pidió para sí a Zeus la vaca y le puso a Argos, "El que todo lo ve", como guardián, del que Ferecides dice que era hijo de Arestor y en cambio Asclepíades (de Tragilo) que era hijo de Ínaco, en tanto que Cercope dice que lo era de Argos e Ismene, la hija de Asopo. Sin embargo Acusilao afirma que fue hijo de la tierra. Pues bien, Argo ató a Ío a un olivo que había en un bosque de los micenos; pero Zeus ordenó a Hermes que robara la vaca y como Hiérax lo reveló, no pudo ocultarlo y entonces Hermes mató a Argos de una pedrada, por lo que fue llamado Argifonte. Por ello Hera soltó un tábano a la vaca, que primero la hizo ir al golfo Jónico, llamado así por ella, y después pasando a través de Iliria y franqueando el monte Hemo cruzo el entonces llamado Estrecho Tracio y ahora Bósforo por su causa».
En esta versión del mito, un hombre llamado Hiérax delató las intenciones de Hermes y éste se vio obligado a matar al gigante. Como castigo por su osadía, Hermes convirtió a Hiérax en un halcón (griego: Ἱέραξ).

Luego Ovidio, en su Metamorfosis, relató el mismo mito, describiendo el sufrimiento de Ío transformada en vaca y alejada de su familia. En su obra, Hermes se disfraza de pastor para engañar a Argos, durmiéndolo con su flauta y cortándole la cabeza:
«De cien luces ceñida su cabeza Argos tenía, de donde por sus turnos tomaban, de dos en dos, descanso, los demás vigilaban y en posta se mantenían. Como quiera que se apostara miraba hacia Ío: ante sus ojos a Ío, aun vuelto de espaldas, tenía […] Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide más tiempo soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos. Pequeña la demora es la de las alas para sus pies, y la vara somnífera para su potente mano tomar, y el cobertor para sus cabellos. Ello cuando dispuso, de Júpiter el nacido desde el paterno recinto salta a las tierras. Allí, tanto su cobertor se quitó como depuso sus alas, de modo que sólo la vara retuvo: con ella lleva, como un pastor, por desviados campos unas cabritas que mientras venía había reunido, y con unas ensambladas avenas canta. Por esa voz nueva, y cautivado el guardián de Juno por su arte: “Mas tú, quien quiera que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca”, Argos dice, “pues tampoco para el rebaño más fecunda en ningún lugar hierba hay, y apta ves para los pastores esta sombra.” Se sienta el Atlantíada, y al que se marchaba, de muchas cosas hablando detuvo con su discurso, al día, y cantando con sus unidas cañas vencer sus vigilantes luces intenta. Él, aun así, pugna por vencer sobre los blandos sueños y aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado, en parte, aun así, vigila; pregunta también, pues descubierta la flauta hacía poco había sido, en razón de qué fue descubierta […] Tales cosas cuando iba a decir ve el Cilenio que todos los ojos se habían postrado, y cubiertas sus luces por el sueño. Apaga al instante su voz y afirma su sopor, sus lánguidas luces acariciando con la ungüentada vara. Y, sin demora, con su falcada espada mientras cabeceaba le hiere por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento, abajo lo lanza, y mancha con su sangre la acantilada peña. Argos, yaces, y la que para tantas luces luz tenías extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola. Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas los coloca, y de gemas consteladas su cola llena».
Sandara

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