Tengu

Los tengu (japonés: 天狗; perro celestial) son unos de los yokai más famosos y conocidos del folklore japonés, siendo adorados a veces como deidades de las montañas. Es posible que su nombre provenga de una criatura china conocida como tiangou (chino: 天狗). La presencia de estos seres está muy extendida en Japón, yendo desde la región de Tohoku hasta la isla de Kyushu, y es común encontrarse algún templo o enclave dedicado a su adoración en cualquier monte considerado sagrado por el shugendo. Las leyendas cuentan que habitan en las montañas, en lo alto de los árboles sugi; son enemigos de la fe budista; poseén grandes poderes mágicos; dominan el arte de la espada y son capaces de poseer a los humanos entre otras muchas habilidades. En la versión más tardía del Kujiki se menciona a una deidad femenina conocida como Amanozako (japonés: 天逆毎) nacida del esputo de Susanoo; más tarde, en el Tengu Meigikō se da a entender que esta diosa es la madre de los tengu y otros yokai pendencieros como el amanojaku.

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Kotengu: los tengu de menor categoría

Los tengu eran representados en un principio como aves de presa, hecho que se puede ver en ilustraciones del período Edo como la plasmada por Toriyama Sekien en su Gazu Hyakki Yagyō. Esta aparencia acabó reservándose a los tengu de menor categoría, conocidos como karasu tengu (japonés: 烏天狗; tengu cuervo), kotengu (japonés: 小天狗; tengu pequeño) y koppa o konoha tengu (japonés: 木葉天狗; tengu de la hoja del árbol). Con este último nombre se les menciona en el libro Shokoku rijin Da, donde se cuenta que un hombre vio a un grupo de cinco o seis pájaros enormes pescando en el río Oi. Su rostro y cuerpo son humanoides, pero tienen pico, les brotan un par de alas de la espalda de dos metros de envergadura y tienen una cola emplumada como los pájaros. Según Shigeru Mizuki en su Enciclopedia yokai, los de rango superior tenían los picos negros.

Enemigos del budismo

En el Konjaku Monogatari aparecen diversas historias donde los tengu se burlan del budismo intentando ganarse sus adeptos, tentando a sus sacerdotes y monjes a ir por el mal camino o secuestrándolos y torturándolos. Durante dos años, un tengu intentó en vano seducir a un devoto sacerdote usando el cuerpo de una mujer a la que poseyó. Tanto se vejó la mujer ante él que el sacerdote acabó sospechando de su naturaleza y le rezó a Fudō Myō-ō implorando ayuda. Gracias a la intervención de la deidad, el tengu, hablando a través de la chica, dijo que se había debilitado ante tal poder y que sus alas se habían roto. Apiadado del tengu, que suplicaba por su vida, el budista le dejó marchar y éste abandonó el cuerpo de la mujer, la cual recobró de inmediato la razón y dejó tranquilo al sacerdote.

Otro relato de la misma obra habla sobre un sacerdote budista muy devoto pero ignorante que, mientras rezaba a la imagen de Buda al filo del alba, oyó una voz que le dijo: «Por confiar en mí con tal devoción y realizarme tantas oraciones, vendré mañana a buscarte a la hora de la oveja. No descuides tus rezos». A la hora acordada el día siguiente, apareció una luz cegadora en lo alto de una montaña del oeste en cuyo centro se vislumbraba la cabeza de Amida Butsu. Rodeado de música y de una lluvia de flores, diversas bodhisattvas le ofrecieron un asiento dorado envuelto en una nube púrpura al sacerdote, al que se llevaron en dirección al oeste. Sus discúpulos creían que había ido al Paraíso del Oeste, pero cuando uno de los monjes viajó una semana más tarde a una lejana aldea, oyó un gimoteo sobre su cabeza y descubrió al sacerdote desnudo y atado en lo alto de un árbol. El pobre hombre se había vuelto loco y, aun cuando fue desatado y bajado del árbol, seguía insistiendo en que Amida Butsu lo había dejado ahí para que esperara. Al poco tiempo acabó muriendo porque no supo distinguir las acciones de un tengu de las del verdadero Buda.

Originariamente, los tengu tenían
aspecto de ave - Toriyama Sekien
Gran tengu caracterizado por sus ropajes
yamabushi y su gran nariz - Katsushika Hokusai

Las fechorías de estos demonios no se limitaban sólo a los budistas. En el Kokonchomonshu se habla sobre el secuestro de un niño de siete años por parte de los tengu. Tres días más tarde, alguien llamó a la casa de los padres gritando que habían encontrado a su hijo perdido, pero como nadie respondía, comenzaron a oírse risas y lanzaron algo al interior de la casa. Efectivamente, se trataba del niño, más muerto que vivo, incapaz de hablar o reaccionar. Tras realizarle varios exorcismos, el pequeño vomitó una gran cantidad de excrementos de caballo, pues los tengu lo habían estado alimentando con ello. En el Geien Nissho también se menciona que atacan principalmente a las mujeres y personas impuras que osen entrar en sus dominios, despedazándolos y lanzando sus cuerpos en lo profundo de los bosques y barrancos.

También se les consideran deidades protectoras de los bosques y montes, y aquellos que dañen sus hogares serán castigados, tal y como se ve en una historia del Sanshu Kidan (japonés: 三 州 奇談). Al parecer, el protagonista de este cuento se adentró en un profundo valle para recolectar hojas, pero durante su expedición le sorprendió una repentina y feroz tormenta acompañada de rayos, truenos y granizo. Más tarde, un grupo de campesinos le dijo que se había adentrado en un valle donde vivía un tengu, y cualquiera que cogiera una sola hoja de ese lugar moriría casi con total seguridad.

El camino del tengu

Una persona podía transformarse en tengu tras su muerte, sobretodo aquellos sacerdotes que se habían desviado del camino correcto y eran hipócritas, vanidosos o practicaban técnicas mágicas prohibidas que habrían aprendido por adorar a los tengu. En el Genpei Jōsuiki un dios se apareció ante el retirado emperador Go-Shirakawa y le dio una detallada lista con los tengu que existían. Le explicó que estos espíritus cayeron en el tengu-do (japonés: 天狗道; senda del tengu) porque, como budistas, no podían ir al infierno, pero como gente con malos principios, no podían ir al cielo. Le describió la apariencia de diferentes tipos de tengu: los fantasmas de los sacerdotes, de monjas, de hombres ordinarios y de mujeres ordinarias; todos ellos habiendo vivido con excesivo orgullo. El dios también le dijo que no todos los tengu eran iguales, los hombres más sabios y eruditos se convertían en daitengu, pero los ignorantes se convertían en kotengu.

En el Hosshinshu, un sacerdote le prometió a su maestro en el lecho de muerte que le serviría incluso en la otra vida. Para desgracia de éste, su maestro había caído en el tengu-do y por consiguiente, el pupilo, unido a él por su promesa, se volvió loco y al morir se convirtió en un tengu. Para hacerle saber su desdicha a su madre, la poseyó y le imploró que rogara por su alma para poder ir al paraiso. Gracias a ella, el sacerdote consiguió descansar en paz. Del mismo modo, en otra historia del Hosshinshu un sacerdote erigió un templo para satisfacer su vanidad, pero por esto se convirtió en un tengu tras su muerte y, poseyendo a los vivos, contó cómo había engañado a la gente durante su vida mostrando una falsa virtud.

En el Okagami podemos leer que el emperador Sanjo sufrió una misteriosa ceguera al poco de ascender al trono, aunque durante por breves periodos de tiempo podía ver. Ningún médico encontraba explicación a su enfermedad, pero tras un tiempo se apareció el fantasma del sacerdote Kansen y dijo: «Estoy sobre los hombros del emperador y cubro sus ojos con mis alas; cuando aleteo, puede ver un poco». Tras esto, el emperador abdicó y marchó a Hieizan para rezar, pero sus súplicas no fueron oídas y no logró recuperarse. Al parecer, este tengu era el fantasma de un sacerdote que sufrió alguna afrenta del Trono y murió lleno de rencor.

Tengu atormentando a un monje budista - Kawanabe Kyosai

Daitengu: los jefes de los tengu

Con el tiempo su aspecto cambió y a los tengu de mayor rango, conocidos como daitengu (japonés: 大天狗; gran tengu), se les comenzó a representar como hombres de expresión iracunda, con alas a la espalda, el rostro rojo y una gran y alargada nariz que se supone simboliza el orgullo y la arrogancia. Van vestidos como monjes yamabushi, coronados con un tokin y portando un abanico de hojas. Tal vez fuera el Kujiki el primer texto en el que se menciona la característica nariz de estos seres, donde un samurái cree que un ministro es un tengu y éste le responde jocosamente: «Si crees que soy un tengu, puedes mantener tu opinión. Aunque no soy un tengu, sí soy narigón».

Los daitengu suelen disponer de un nombre propio y están ligados a algún monte en concreto. En el Tengu meigiko se nombran a los siguientes: Sōjōbō, del monte Kurama; Tarōbō, de Atago; Jirōbō, de Hira; Sanjakubō, de Akiba; Rihōbō, de Kōmyō; Buzembō, de Hiko, Hōkibō, de Daisen; Myōgibō, de Kōzuke; Sanjikin, de Itsukushima; Zenkigoki kimpeiroku, de Omine, Kōkembō, de Katsuragi, Tsukuba hō-in, de la provincia Hitachi; Tarōbō, de Fuji, Naigubu, de Takao, Sagamibō, de Shiramine, Jirō, de Izuna y Ajari, de Higo. El sufijo que aparece en muchos de estos nombres significa «monje budista», pero comúnmente hace referencia a los yamabushi.

El más célebre y poderoso de todos ellos fue Sōjōbō, considerado como el rey de todos los de su clase, del cual se decía que era tan fuerte como mil tengu. Su nombre proviene de Sōjōgatani, valle situado en el monte Kurama junto al santuario Kibune, donde se dice que entrenó a Minamoto no Yoshitsune para que derrotase al clan que mató a su padre. En el Heiji monogatari se menciona que gracias a este entrenamiento, Yoshitsune podía correr y saltar más allá de los límites de un humano corriente.

Minamoto no Yoshitsune entrenando con Sōjōbō y sus tengu - Utagawa Yoshikazu

Fuegos de tengu

Al igual que ocurre con otros muchos yokai, como los kitsune o los tanuki, a los tengu también se les atribuye la aparición de fuegos fantasmales en plena noche. A estos fuegos se les conoce como tengu-bi (japonés: 天狗火; fuego de tengu) y eran bastante conocidos en las regiones costeras de Tokai. Los habitantes de estas zonas les tenían pavor y cuentan que lo mejor que se podía hacer al encontrarse con ellos era tirarse al suelo y evitar mirarlos, de lo contrario, caerían enfermos sin falta. El solo hecho de verlos de lejos y mencionarlos haría que acudieran volando hasta tu lado. En las montañas fronterizas entre Shinshu y Enshu se cree que aparece en las noches de lluvia un fuego conocido como rojin bi (japonés: fuego del anciano) y que según Shigeru Mizuki es obra de los tengu. Este fuego nunca entra en contacto con los caminantes y se limita a adelantarlos volando, pero no habría que huir de él asustado, pues de lo contrario nos seguiría sin descanso.

En la comarca de Tsukui se da otro fenómeno similar al de los tengu-bi. Cuando alguien se encuentra pescando en plena noche, puede ver cómo aparece de la nada una gran bola de fuego rodando en la oscuridad. Si se es testigo de este hecho, se debe limpiar una piedra de la ribera del río como si fuera un altar y colocar encima el pescado que se haya capturado, entonces la bola de fuego desaparecerá. Esto sería obra del kawatengu (japonés: 川天狗; tengu de río), el cual a veces se aparecía como una silueta desdibujada a lo lejos lanzando una red al río, aunque dicen que en los ríos de Tokio si mostraba su figura.

Hechos sobrenaturales de los bosques

En los valles remotos del interior de las montañas a veces se producen unas diabólicas ventoleras que hacen volar piedras de un tamaño considerable. A este hecho se le llama tengu tsubute (japonés: 天狗礫; preduscos de tengu). Se cree que si a uno le acierta este tipo de piedra, cae enfermo sin falta y, quienes se cruzan con este fenónemo, si han ido al bosque a cazar, serán incapaces de capturar ni una sola presa. Al parecer estas piedras vuelan cuando la gente pasa por los mismos caminos que los tengu recorren habitualmente. A veces, estas piedras podían brillar con cierto fulgor, de esta manera se conocían como taimatsu-maru (japonés: 松明丸; niño de la antorcha), que pese a su nombre, Toriyama Sekien se lo atribuyó a los pedruscos que lanzaban los tengu, de ahí que ilustrara el fenómeno con un tengu de aspecto aviar con rocas encendidas en sus manos.

Los leñadores y fabricantes de carbón que acostumbran a trabajar de noche en los bosques también suelen sufrir un fenómeno sobrenatural conocido como tengu-daoshi (japonés: 天狗倒し; tala del tengu), que consistía en oír cómo un gran árbol caía al suelo con su correspondiente temblor, pero luego al inspeccionar la zona no se encontraba nada.

El fenómeno del tengu-tsubute y taimatsu-maru ilustrados por Toriyama Sekien

Cuentos

  • En La capa mágica del Tengu (japonés: 天狗 の 隠 れ み の) un niño miraba a través de una caña de bambú fingiendo que podía ver a larga distancia, como si fuera un telescopio. Un tengu, abrumado por la curiosidad, le ofreció a cambio una capa mágica de paja que volvía invisible a quien la llevara. Después de haber engañado al tengu, el niño siguió con sus trastadas aprovechando su invisibilidad. En otra versión, un viejo feo es el que engaña al tengu para que le diera su capa mágica y causa el caos entre sus paisanos. Al final de la historia el tengu recupera la capa al ganar un juego de adivinanzas y castiga al hombre convirtiéndolo en un lobo.
  • En El bulto extirpado del viejo (japonés: こぶとりじいさん) un anciano tenía un gran bulto en la cara. Paseando por la montaña se encontró con una banda de tengu divirtiéndose y se unió a sus bailes. A los tengu les agradó tanto que querían que volviera a la noche siguiente para disfrutar de su compañía y hacerle un regalo. Para esto le quitaron el bulto de la cara, pensando que lo querría de nuevo y volvería para recuperarlo. Un vecino desagradable, que también tenía un bulto, se enteró de la buena fortuna del otro anciano e intentó imitarlo, así se libraría de su bulto y robaría el regalo. Pero sus planes salieron mal, ya que los tengu, disgustados con su baile y el intento de robar el regalo, le pusieron el bulto del otro anciano para que se fuera cuanto antes.
  • El abanico del tengu (japonés: 天狗 の 羽 団 扇) es un cuento en el que un sinvergüenza obtiene el abanico mágico de un tengu. Con él puede encoger o agrandar cualquier nariz y, en secreto, lo utiliza para alargar grotescamente la nariz de la hija de un hombre rico para encogerla de nuevo a cambio de su mano en matrimonio. Más tarde, se abanicó accidentalmente mientras dormitaba, por lo que su nariz creció tanto que llegó hasta el cielo, causándole una dolorosa desgracia.
  • En La calabaza del Tengu (japonés: 天狗 の 瓢 箪) un jugador se encontró con un tengu, que le preguntó cuál era su mayor miedo. El jugador le mintió, diciéndole que le aterrorizaban el oro y los mochi. En cambio, el tengu le dijo con sinceridad que su mayor miedo era una especie de planta y las cosas mundanas. Pensando que el jugador le iba a hacer una jugarreta ahora que conocía sus debilidades, hizo llover oro y mochi sobre su acompañante. El jugador, por supuesto, estaba encantado y espantó al tengu con sus miedos. Entonces se hizo con la calabaza mágica del tengu (u otro objeto mágico) que se le cayó mientras huía.
  • En la historia de El tengu y el leñador nos encontramos con un tengu que no deja de molestar a un leñador adivinando todo lo que piensa con sus poderes mágicos. Al golpear con el hacha, una astilla salió volando y se le clavó en la nariz al tengu. Éste salió volando aterrado, exclamando que los humanos eran criaturas peligrosas que podían hacer cosas sin pensar en ellas.
Corto animado de El bulto robado (japonés: こぶとりじいさん; Kobutori Jiisan) de 1929

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