Catoblepas

El catoblepas, también conocido como catóblepon o catoblepa (griego: καταβλέπω, katablépō; «mirar hacia abajo»), es una criatura cuadrúpeda similar a un toro pero con una cabeza desproporcionadamente grande y pesada, lo que le obligaba a mirar siempre hacia abajo, de ahí el origen de su nombre. Una larga melena cubre sus ojos, que son rojos y están inyectados en sangre. Si llegara a levantar la mirada sería mortal, ya que cualquiera que mirara a sus ojos moriría inmediatamente. Su aliento también era peligroso, pues se alimentaba principalmente de plantas venenosas. A veces se le representa con el lomo cubierto de escamas o duras cerdas. Este animal fantástico podría estar basado en el ñu, con el que comparte algunas características.

En Colección de hechos memorables de Solino se habla brevemente sobre esta bestia: «Cerca del río Nigris nace el catóblepas, animal de poca presencia e indolente; lleva trabajosamente su cabeza, muy pesada; su mirada es perniciosa: en efecto, quienes han cruzado la vista con sus ojos, pierden súbitamente la vida». Plinio el Viejo, en el libro VIII de su Historia Natural daba prácticamente la misma información de este animal:
«Entre los etíopes hesperios se halla la fuente Nigris, nacimiento del Nilo, según ha estimado la mayoría, como confirman los argumentos que hemos expuesto. Junto a ésta se encuentra una fiera llamada catoblepas, de tamaño mediano y débil en todos sus miembros, salvo en la cabeza, muy pesada, y a la que sostiene con dificultad —la lleva siempre humillada hacia tierra—; de otra forma es la perdición de la especie humana, ya que todos los que han visto sus ojos han expirado instantáneamente».
A diferencia de estos dos autores, Claudio Eliano decía en el libro VII de su Historia de los animales que el catoblepas mataba con su aliento venenoso y no con su mirada:
«Libia cría muchas y diversas bestias salvajes e, incluso, parece que cría la bestia llamada catoblepon. Su aspecto recuerda al del toro, pero manifiesta una expresión más torva. Tiene las cejas altas y dobladas y, debajo de ellas, tiene unos ojos no tan rasgados como los del toro, sino pequeños y sanguinolento. No miran de frente, sino a la tierra, y por eso se les llama catoblepon. Una melena parecida a las crines del caballo y que arranca de lo alto de la cabeza cae por la frente cubriendo su rostro, y esto infunde un terror más grande en la persona que se encuentra con él. Se alimenta de raíces venenosas. Cuando mira torvamente, como un toro, se estremece al instante y yergue la melena y, puesta ésta en erección y despejados sus belfos, exhala a través del garguero un aliento acre y maloliente que llega a contaminar el aire que está sobre la cabeza, y los animales que se acercan y lo aspiran se ponen gravemente enfermos, y se quedan afónicos y aquejados de convulsiones mortales. Esta bestia tiene conciencia de su poder. Lo conocen también los animales y huyen de él lo más lejos posible».
En el De proprietatibus rerum de Bartholomeus Anglicus se dice de este animal lo siguiente: «Junto a los etíopes hay una fuente, que muchos hombres creen que es la fuente del Nilo, y junto a ella hay una bestia salvaje conocida como Catoblepas, tiene un cuerpo pequeño y de proporciones correctas en todos sus miembros salvo la cabeza, que siempre cuelga hacia la tierra, pero esto es favorable para la humanidad. Todo aquello que vean sus ojos debería morir, del mismo modo que con el basilisco…».

Catoblepas en La historia de las bestias cuadrúpedas  y las serpientesEdward Topsell
Leonardo da Vinci describió al catoblepas en su Cuaderno de notas: «Se encuentra en Etiopía cerca del nacimiento del Nigricapo. No es un animal muy grande, no es muy activo, y su cabeza es tan pesada que le cuesta mucho trabajo levantarla, por lo que siempre mira al suelo. De lo contrario sería una gran peste para la humanidad, ya que cualquiera que cruzara su mirada con sus ojos moriría inmediatamente». En La tentación de San Antonio, de Gustave Flaubert, aparece como una de las criaturas demoníacas que se presentan ante el santo en el desierto:
«Es un búfalo negro con la cabeza de un cerdo, que arrastra por el suelo y que va sujeto a sus hombros mediante un cuello delgado, largo y flácido como una tripa vacía. Se revuelca por el suelo y sus pezuñas desaparecen bajo la enorme pelambrera de duros pelos que le tapa la cara. Gordo, melancólico y hosco, permanezco siempre en el mismo sitio, notando bajo mi vientre el calor del barro. Mi cabeza es tan pesada, que me es imposible mantenerla derecha. La enrollo en torno a mi cuerpo, lentamente, y con la mandíbula entreabierta, arranco con mi lengua las hierbas venenosas que ha regado mi aliento. Una vez, me devoré las patas sin darme cuenta. Nadie, Antonio, ha visto nunca mis ojos, o aquellos que los vieron murieron después. Si levantara mis párpados rosas e hinchados, inmediatamente morirías».
Edward Topsell en La historia de las bestias de cuatro patas y las serpientes llamó a esta bestia Gorgona, haciéndola oriunda tanto de Hesperia como de Libia, como aseguraban los anteriores autores, añadiéndole además fuertes escamas que recubrían su cuerpo y alas:
«Entre las numerosas y diversas clases de animales que se crían en África, se cree que la Gorgona nace en aquel país. Es una bestia temible, y horrible de contemplar; tiene párpados grandes y espesos, ojos no muy grandes, pero muy semejantes a los de un buey sólo que sanguinolentos, y no miran directamente adelante, ni tampoco hacia arriba, sino continuamente al suelo, hacia abajo, por eso se le llama en griego Catobleponta. Desde la coronilla hasta la nariz tiene una larga melena colgante, que le da un aspecto horroroso. Come hierbas mortíferas y venenosas, y si en cualquier momento ve un toro, o cualquier otra criatura a la que teme, de inmediato hace que su melena quede enhiesta, y una vez así alzada, entreabre sus labios, separa ampliamente las fauces, y despide desde su garganta un aliento picante y horrendo, que infecta y emponzoña el aire por encima de su cabeza, de forma tal que todas las criaturas vivas que aspiran de semejante aire resultan gravemente afectadas, pues pierden la voz y la vista, cayendo en letales y mortíferas convulsiones. Se crían en Hesperia y Libia.
 Los poetas tienen una ficción, a saber que las Gorgonas fueron hijas de Medusa [...]. Estas Gorgonas nacen en aquel país (Africa), y tienen tal cabellera en sus cabezas, que no sólo aventaja a todos los demás animales, sino que también envenena cuando queda enhiesta. Plinio lo llamó Catablepon, porque mira siempre al suelo, y dice que todos sus miembros son pequeños, salvo la cabeza, que es muy pesada, y rebasa la proporción de su cuerpo; nunca la levanta, y todas las criaturas que ven sus ojos, mueren. De ello se suscita una cuestión, a saber, si el veneno que despide procede de su aliento o de sus ojos. Por eso es más probable que, como el basilisco, mate por la vista, y después por el aliento de su boca, al que no puede enfrentarse ningún otro animal del mundo. Por otra parte, cuando los soldados de Mario siguieron a Yugurta, vieron a una de estas Gorgonas, y suponiendo que era una oveja, que continuamente inclinaba la cabeza hacia el suelo y se movía lentamente, se lanzaron sobre ella con sus espadas; la bestia, desdeñosamente, descubrió de pronto sus ojos, encrespando su cabello, y al verlo los soldados cayeron muertos.

Al enterarse Mario, envió a otros soldados a que matasen a la bestia, pero murieron del mismo modo que los primeros. Por último, los habitantes de la región explicaron al capitán el veneno que poseía la bestia por su naturaleza, y cómo, si no era muerta de inmediato, producía la muerte a sus perseguidores solamente con la mirada de sus ojos. Entonces, el capitán dispuso una emboscada de soldados que lo mataron de improviso con sus lanzas, y lo llevaron al emperador; Mario envió a Roma su piel, que fue colgada en el templo de Hércules, donde se daban festejos después de los triunfos. De ello se desprende que matan con la vista, y no con el aliento. Es un animal completamente cubierto de escamas, como un dragón, y no tiene pelo excepto en la cabeza, con grandes dientes porcinos, alas para volar, y manos para asir, de un tamaño intermedio entre el de un toro y una ternera. Del examen de esta bestia se desprende una prueba decisiva de la divina sabiduría y providencia del Creador, que ha orientado los ojos de este animal hacía abajo, como si enterrase de esta forma su veneno, para evitar que perjudique al hombre; y los ha cubierto con un pelo áspero, largo y fuerte, de modo que sus rayos ponzoñosos no se reflejen hacia arriba, a menos que la bestia fuese provocada por el miedo o la ira; y la pesadez de su cabeza es como un lastre para limitar la libertad de su venenosa naturaleza. Pero, qué otras partes, virtudes o vicios contiene la panoplia de este monstruo, sólo lo sabe Dios, que por azar ha consentido en que viva sobre la faz de la tierra, sin otro propósito que constituya un castigo y un azote para la humanidad; y es un ejemplo evidente de su propio poder colérico de destrucción eterna».
Historia naturalis de quadrupedibusJan Jonston

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