Abura-akago

El abura-akago (japonés: 油赤子; niño del aceite) es un yokai ligado a la antigua ciudad de Ōtsu Hachimachi, actual ciudad de Ōtsu de la prefectura de Shiga. Cuenta la leyenda que antaño había en la ciudad un vendedor de aceite para lamparillas, pero, en lugar de conseguirlo honradamente, lo robaba todas las noches del templillo que había a las afueras dedicado al Jizō. Cuando el vendedor murió, como castigo por sus fechorías, su alma se convirtió en un fuego errante y, desde entonces, se cuela en las casas por la noche para beberse el aceite de las lámparas a legüetazos adoptando el aspecto de un bebé.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Hitodama

Los hitodama (japonés:人魂, alma humana) son esferas de fuego que flotan en medio de la noche. Según el folclore japonés, son las almas de los recién fallecidos que se han separado de sus cuerpos. Suelen ser vistas en cementerios, funerarias o en las casas donde haya fallecido alguien recientemente. La palabra hitodama es una combinación de las palabras japonesas hito, que significa «humano», y tama (abreviación para tamashii, alma).

Toriyama Sekien ilustró estas almas en su Cien demonios del presente y el pasado ilustrados, donde dejaba la siguiente descripción:
«Los huesos y la carne regresan a la tierra. Para que el alma de esta persona no quede libre es necesario amarrarla cuanto antes con el conjuro budista de invocación de la muerte».
Al parecer, es costumbre rezar una oración para que el alma de los muertos no vague sin rumbo. Estas almas o fantasmas aparecen como esferas de fuego, flotando a poca distancia del suelo, similares a los fuegos fatuos, por lo general, presentan un color azul pálido, verde, naranja o rojo, y suelen estar acabadas con una fina cola o estela. Por sus semejanzas pueden ser confundidos con los onibi o los kitsunebi, pero a diferencia de estos, los hitodama son inofensivos.

Ilustración de Toriyama Sekien Matthew Meyer

Abura-sumashi

El Abura-sumashi (japonés: 油すまし; prensador de aceite) es un raro yokai nativo de Amakusa. Este ser se aparece por un camino de montaña llamado Kusazumigoe, tiene el aspecto de un pequeño humanoide vestido con un abrigo de paja, lleva un bastón y su gran cabeza se asemeja a una piedra o una patata. Una leyenda cuenta que, cuando una anciana se paseaba por ese camino con su nieto, le dijo: «Antiguamente, por estos senderos, se aparecía un yokai llamado Abura-sumashi». Al instante, una voz salió de entre unos matorrales y le respondió: «Y todavía sigo aquí». Entonces se apareció ante ellos.

Su nombre, que significa «prensador de aceite», puede que haga referencia a su origen, pues podría tratarse del fantasma de ladrones de aceite del té. Este producto era muy laborioso y caro de realizar, por lo que aquellos que lo robasen fueron condenados a convertirse en Abura-sumashi tras su muerte.

Ilustración de Shigeru Mizuki

Abumi-kuchi

El abumi-kuchi, o abumiguchi (japonés: 鐙口; boca del estribo), es un yokai perteneciente a la clase de los tsukumogami, es decir, un objeto que ha cobrado vida según el folklore japonés.

Este ser era originariamente un estribo que perteneció a un guerrero que murió en combate. Al ser abandonado en el campo de batalla, sin ningún propósito, cobró vida y allí sigue esperando a un dueño que nunca volverá a por él. Forma parte de los yokai que ilustró Toriyama Sekien en Gazu hyakki tsurezure bukuro (japonés: 百器徒然袋; La bolsa de los cien utensilios aparecidos al azar), donde acompañó el dibujo de esta criatura con un poema:
Al ser traspasada su rotula por una flecha, y al caer al sueño el estribo, cualquiera que intente tratar de ponerse en pie con esa condición sufrirá un gran dolor, por lo que mientras el estribo corra hacia arriba probablemente nos recite su sufrimiento. Esto pensé en un sueño.
Ilustración de Shigeru Mizuki

Tsukumogami

En Japón, no solo las personas, animales y plantas albergaban en su interior un espíritu, sino que hasta los objetos podían ganar uno y transformarse en un yokai al alcanzar cierta edad, generalmente los cien años. Estos son los tsukumogami (japonés: 付喪神; espíritu de noventa y nueve años), y existen tantos como objetos y utensilios podamos imaginar.

Muchos de estos yokai hicieron su primera aparición en un emaki sobre el Hyakki Yagyō (japonés: 百鬼夜行; Desfile nocturno de los cien demonios) atribuido a Tosa Mitsunobu. En dicha obra no aparecía ningún texto descriptivo sobre las criaturas, por lo que muchas de ellas no tuvieron nombre durante años hasta que no se lo dieron otros autores como Toriyama Sekien, que las incluyó junto a otras de cosecha propia en su Gazu Hyakki Tsurezure Bukuro (japonés: 百器徒然袋; Bolsa de los cien utensilios aparecidos al azar).

Matthew Meyer dice en su Desfile nocturnos de los cien demonios que los tsukumogami nacen cuando un objeto es abandonado a los noventa y nueve años, un año antes de poder convertirse en kami, por lo que, llegado el momento, el rencor les lleva a transformarse en yokai, espíritus inferiores y retorcidos. Esta sería la razón por la que se vuelven contra los humanos y se dedican a atormentarlos y a gastarles bromas. Para evitar esto, Shigeru Mizuki nos cuenta en su Enciclopedia yokai que se realizaba una ceremonia conocida como susu harai (japonés: 煤払い; eliminación de la suciedad); con este rito no sólo se limpiaba el polvo acumulado sobre los objetos, sino también cualquier impureza que albergara en su interior.

Detalle del emaki del Hyakki Yagyō de Tosa Mitsuoki en el que aparecen diversos tsukumogami

Yokai

Los yōkai (妖怪, fantasma, espíritu, aparición) son una clase de criaturas sobrenaturales de la cultura japonesa. La palabra yōkai se conforma de los kanji para «hechicería, atrayente y calamidad» y de «aparición, misterio y receloso». También son conocidos como ayakashi (妖), mononoke (物の怪), o mamono (魔物). Estos espíritus pueden ser buenos, trayendo buena suerte a quien los vea, traviesos y molestos, neutrales o malévolos. Algunos de estos seres poseen características de animal, como los Kappa, con características de tortuga y anfibio, o los Tengu, con rasgos de ave; otros tienen apariencia humana o casi humana, aspecto de objetos inanimados o directamente no tienen forma. Por lo general tienen poderes sobrenaturales, y los que tienen la capacidad de cambiar de forman son llamados obake.

Algunos yōkai simplemente evitan a los seres humanos; generalmente habitan en lugares aislados o abandonados. Otros yōkai, sin embargo, se adentran en el mundo de los hombres y conviven en armonía,  llegando incluso a tener descendencia con ellos, como Abe no Seimei, hijo de un humano y un kitsune. La mayor parte de estos cuentos comienzan como historias de amor, pero a menudo acaban con un triste desenlace, debido a los muchos obstáculos que tienen que afrontar los yōkai y los mortales en sus relaciones.

Folcloristas e historiadores japoneses utilizan el término yōkai para referirse a «fenómenos sobrenaturales o inexplicable». En el período Edo, muchos artistas, como Toriyama Sekien, crearon yōkai propios o inspirados en el folclore, y muchos de estos yōkai inventados (como Kameosa y Amikiri) son considerados de origen mitológico en el presente.

Hay una amplia variedad de yōkai en el folclore japonés. Es un término tan amplio que se puede utilizar para abarcar prácticamente todos los monstruos y seres sobrenaturales, incluyendo incluso criaturas del folclore europeo en alguna ocasión.

Aquí tenéis un enlace con todos los yōkai publicados en el blog y una lista con algunos de los yōkai más famosos:

AnimalesHumanosOni
BakenekoKitsuneNoppera-bōBaku
InugamiMujinaYuki-onnaTengu
 JorōgumoTanukiFutakuchi-onnaTsukomogami

Gavi-gavi

Abigor

Eligos, también conocido como Eligor o Abigor, es el decimoquinto demonio citado en el Ars Goetia. Es un gran duque del infierno que aparece bajo la forma de un apuesto caballero, llevando una lanza, un estandarte y una serpiente. Descubre las cosas ocultas, conoce el porvenir y todas los asuntos que conciernen a la guerra y la forma en que los soldados se enfrentarán. Proporciona el afecto de señores y de personas de gran importancia, gobierna sesenta legiones de demonios y debe usarse su sello durante su invocación. En el Diccionario Infernal porta una lanza y una bandera o cetro, y enseña a los líderes cómo ser amados por sus soldados.

En el Grand Grimoire, un antiguo libro en el que se especifica cómo invocar a Lucifer o a Lucífago para hacer un pacto, se menciona la jerarquía que hay en el infierno: Lucifer es el emperador; Belcebú, el príncipe y Astaroth, el gran duque. Por debajo de éstos hay seis espíritus superiores: Lucífago, el primer ministro; Satanachia, el gran general; Agliarept, el general; Fleurety, el lugarteniente general; Sargatanas, el brigadier y Nebiros, el mariscal de campo. Estos espíritus tenían a su vez bajo sus órdenes a otros dieciocho demonios, estando Bathin, Hursan y Eligor al servicio de Fleurety.

Ilustración de Louis le Breton para el Diccionario Infernal de Collin de Plancy

Abarimon

Los abarimon son una raza de humanoides incivilizados que habitaban en el Monte Himalaya. Los abarimon eran nativos de un país con el mismo nombre, y se caracterizaban por tener los pies hacia atrás. A pesar de esta desventaja, los abarimon eran capaces de moverse más rápido que cualquier otro corredor. También tenían una gran afinidad con la vida silvestre.

Los abarimon vivían junto a los animales de la región y por su salvajismo no se podían capturar. Existen leyendas que explican que los pies invertidos de esta raza se debían a unas sandalias que usaban, por esta razón podían correr a grandes velocidades. El país de los abarimon se encontraba en el gran valle del Monte Imaus, un lugar donde el aire estaba encantado y por ello si una persona lo respiraba por mucho tiempo le sería imposible respirar otro tipo de aire. 

Esta raza ficticia no podía abandonar el valle con vida, este efecto también protegía la ubicación exacta del valle. Plinio el Viejo describió a esta gente por primera vez en su libro Historia Natural, de acuerdo con sus textos, eran muy parecidos a los humanos físicamente, pero tenían los pies para atrás. 

Las tácticas de los abarimon servían para confundir a sus perseguidores debido a que sus huellas eran inversas y la máscara que usan atrás de sus cabezas daba la impresión que los abarimon se estaban acercando. Los pies de esta antigua raza eran inusualmente grandes y tenían ocho dedos cada uno.

Ilustración de un abarimon en Las crónicas de Nuremberg